Prólogo de Soledad Alvear al libro proclama de María Nevenka Astudillo, opositora a la despenalización del aborto, que relata su experiencia de tener un hijo que inicialmente recibió un diagnóstico fatídico.
Desde que naciera Etián, en enero de 2006, pero incluso desde el poco tiempo transcurrido en que este libro viera la luz en su primera edición en marzo de 2015, en Chile se ha sucedido un sinnúmero de eventos relacionados con el contenido de lo que María Nevenka Astudillo nos ha querido compartir. Durante los últimos diez años se han presentado muchos proyectos de ley que pretendieron legalizar el aborto por las más variadas causas y algunos ni siquiera exigían alguna de ellas y solo era a petición de la mujer.
Sucesivamente se hicieron parte del debate sobre este tema todas las confesiones religiosas, los partidos políticos, las organizaciones sociales y los colectivos dedicados a la salud de la mujer y de sus derechos. Algunas enarbolando supuestos derechos sexuales y reproductivos, otras marcando con fuerza las lamentables secuelas que produce un aborto en la vida biológica y también psicológica de una mujer.
Se ha intentado demostrar desde el mundo de las ciencias naturales cuál sería el origen de la vida humana individual, recorriendo el mismo camino que se ha visto en todas las latitudes, yendo desde las posiciones estrictamente biológicas con fuerte evidencia empírica, que lo sitúan en algún punto cercano a la concepción/fecundación, hasta quienes arguyen una supuesta hominización que haría surgir a la persona de las operaciones biológicas o fisiológicas de alguno de sus órganos, por ejemplo el cerebro, de modo que enfrentados a este argumento, sólo nos quedaría decir que la noción de persona se correlaciona más con una secreción o función corporal que con otro concepto filosófico.
Pero a pesar de los muchos argumentos entregados, los debates se han ido centrando en un punto que parecía lejano hace algunos años. La autonomía de la mujer para decidir por sí misma sobre la vida de su hijo. Nadie duda de que las mujeres toman decisiones cotidianas sobre la vida de los suyos. De hecho, en Chile ya llegan a 40% las familias en que la mujer es la jefa de hogar y de ellos sobre un 50% son de pobreza extrema. Todos cambios producidos en los años mencionados.
El punto en discusión es si es legítimo hacer cargar, bajo el argumento de la autonomía de la mujer, la decisión de matar a su hijo porque este sufra de una condición médica que le augure un mal pronóstico vital, como se llamarían en estricto rigor los niños que hasta hace poco se les confería en nombre de fetos inviables. Otra razón para eliminar al hijo se ha planteado bajo el presupuesto de que el sufrimiento que le produce la situación de incertidumbre a la madre es insufrible. Así, se ha planteado el derecho a no sufrir por un hijo gravemente enfermo. Amor, muerte, dolor, sacrificio, sufrimiento, son bajo cualquier forma los más elementales componentes de la vida a la que un proyecto de ley, y por encima de él una concepción pueril de la vida nos plantea una existencia utópica y posible, pero sin que ellos sigan inseparablemente vinculados.
El valioso relato de María Nevenka nos hace entrar en ese mundo íntimo y a veces desconocido de lo que le va sucediendo a una mujer/madre desde los primeros momentos en que se sabe en ese estado de (de desde los primeros momentos en que se sabe en ese estado de (de gracia/ interesante) embarazo. El contexto es muy importante para esta discusión, porque se trata de un relato en primera persona, pero en los zapatos de una persona a la que no se le ha regalado nada, en sus propias palabras.
Proveniente de una familia cuyo padre valora y transmite a sus hijos el valor de la vida, el regalo que cada uno de los hijos es para sus padres. Y luego el esfuerzo asociado al trabajo cotidiano. No estamos en presencia de una recriminación fatal del destino. No se trata de una existencia extraordinaria, llena de regalías y de buena fortuna que un día cambia de rumbo y se torna inexplicable. Se trata, en último término, de alguien como tú o como yo que vive un episodio enfrentado a preguntas que requieren más que respuestas, de nadar aguas arriba, hacia las fuentes que le pueden conferir sentido a lo vivido (…).
El inmenso valor de la vida, de cada vida humana individual, puede ser un dato connatural a la esencia de los seres humanos, pero también es cierto que ese valor inmenso, inconmensurable, se pone a prueba y de hecho se oscurece en ciertos momentos de la historia de la humanidad. Por eso es muy valioso este relato, porque aporta en claridad sobre el valor de la vida. Dejando a un lado las últimas guerras, nada más recordar lo que ocurre hoy en las migraciones de Europa del este, los miles y miles que mueren ahogados cruzando fronteras. Antes fue la frontera del Muro de Berlín, luego las espaldas mojadas en el Río Bravo (México/USA), luego los balseros huyendo de Cuba/Miami, y ahora en África y en Siria. El recuerdo del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años en la costa de una playa de Turquía, aún nos interpela como humanidad.Sin embargo, existen muchos que aún no le confieren el valor de vida humana individual, al fruto de la concepción. De millones de abortos que se realizan a lo ancho del orbe, apenas si tenemos noticias, y desde sus cuerpos destrozados nos llaman a gritos, ya no como voces desde el vientre, sino desde un basurero (…).
Sería difícil saber en qué momento exacto se realizó el primer aborto por malformaciones fetales, pero no debe ser más de unas pocas décadas. Seguramente, esto se remite al nacimiento de esa maravillosa herramienta que es la ecografía en obstetricia hace unos treinta años.Sobre este tema se habla mucho y se practica poco. La finalidad con la que se plantea el uso del diagnóstico ecográfico prenatal en los años 70, en teoría debiera ser, al igual que los demás medios diagnósticos, favorecer un adecuado control obstétrico y siempre a favor del bienestar del «nasciturus» y nunca debiera ser realizado para que su resultado se transforme en una sentencia de muerte al niño (…). transforme en una sentencia de muerte al niño (…).
Este preciado instrumento, que como todos, su bondad depende de la finalidad con que se use, ha hecho cada día más notorio el rostro del embrión y el feto durante la gestación, pero no ha hecho avanzar en humanidad a quienes lo realizan, no a todos y al menos no es su función. Quienes se han especializado en esta rama de la medicina, como lo señala Nevenka, deben ser poseedores, o al menos demostrar un interés por desarrollar determinadas características personales que le permitan realizar este acompañamiento necesario para que una madre embarazada perciba su tranquilidad y confianza.
La reclamación que surge de este relato nos impacta por la fuerte carga emotiva, que no se ha quedado en el pasado, en el momento en que los hechos sucedieron. Son traídos al presente y a tal punto están vivos que, a pesar de transcurridos muchos años, aún resuenan sus ecos con vívida intensidad. No es difícil imaginar, entonces, la huella que puede dejar una buena o mala experiencia en el tema de la asistencia médico sanitaria durante el embarazo (…). La tarea de los médicos, al igual que la de otras profesiones, no se valora adecuadamente en nuestra sociedad de consumo. Es un producto más al servicio de los consumidores, los «usuarios» (…).
Muchos episodios de personas determinadas han sido narrados como relatos intelectuales de episodios existenciales. En el presente libro se trata de la elaboración de una experiencia, vivida en solitario y también compartida, con su cuota de esperanzas, dolor, incomprensión y sorprendentes alegrías (…).
No se trata de hacer un análisis particular de la experiencia narrada por Nevenka (…), sino más bien de reconocer los aspectos comunes en la experiencia humana de tantos y tantas frente al dolor y a la enfermedad. Si no tomamos en cuenta todos estos elementos que son básicos para el acompañamiento en situaciones de crisis, no lograremos traspasar esta discusión que aparentemente versa sobre el aborto, pero que en el mismo libro se reconoce que es una discusión mentirosa. En verdad, se trata de una discusión sobre humanidad, de modelos de sociedad y de relaciones entre personas. Se trata de saber que nuestras vidas no pueden sacarse adelante en solitario (…). En el cuidarnos mutuamente se nos va el ser.
Alguien, en estos años de debate y de argumentaciones, cuando surgió el término fetos inviables, se refirió a la inviabilidad social. Así como se presume que un niño vivirá un tiempo breve, hay un parangón posible de presume que un niño vivirá un tiempo breve, hay un parangón posible de hacer con una sociedad que elimina a los más necesitados de entre los suyos. Al comienzo son los fetos, luego los ancianos, y así, la sociedad se va haciendo inviable e inhumana.
Es tarea de todos, por lo tanto, participar en esta discusión y alimentar los debates con tanta pasión como con argumentos. Dijimos en su momento que más adelante había que retomar el tema de la medicina y su rol en la sociedad actual. Si ésta sigue siendo considerada como un servicio más, si los médicos son funcionarios, empleados, prestadores de servicios, como es la experiencia con que se topa inicialmente nuestra autora, no se ve un futuro para las próximas generaciones de médicos ni de pacientes. Si los médicos son empleados, no se ve cómo ni por qué deben ser empáticos, considerados, amables. Bastaría con que fueran certeros en el diagnóstico y eficaces y diestros en los tratamientos. Nadie le exige simpatía al carnicero ni al verdulero (…). Si lo son, bien por ellos.
Sin embargo, nuestras expectativas van más allá, porque contra lo que pareciera, en una economía de mercado donde todo se transa y todo tiene precio, y los médicos navegan en este mercadillo de tiras y aflojas, de precios y colusiones (yo soy muy caro para ti), se requiere de áreas «sagradas» de respeto a la dignidad humana. Nuestra experiencia con la salud y la educación no hace volver la mirada a los valores supremos de las sociedades más humanas, incluso partiendo por las arcaicas o las primitivas (…). El avance del conocimiento científico ha relegado a un plano secundario los cuidados espirituales y la asistencia religiosa de los pacientes (…).
La presentación de este libro no estaría completa si no reparamos en un hecho fundamental. María Nevenka cursa una buena parte de su embarazo en condiciones de inseguridad por lo que vive y por cómo está su hijo, también manifiesta dudas sobre el futuro, pero lo más destacable es que a pesar de todo temor y del desgaste emocional que manifiesta haber sentido (por ejemplo, para enfrentar al director del hospital) se supo mantener firme y serena, brava y entera. Eso en otras palabras es el valor moral de la valentía. Es la persona que se sabe temerosa, que acuna miedos ancestrales y actuales, pero que se sobrepone a todo temor y actúa. Los meses de su embarazo, luego los meses y años posteriores y las muchas operaciones de Etián, al igual que las innumerables luchas que se han venido dando en los años siguientes nos revelan a una mujer firme y valerosa. Si las personas debieran ser recordadas por algo, el caso de Nevenka apunta directo hacia el mundo de los valores morales y entre ellos el de la valentía por su actuar tanto de los valores morales y entre ellos el de la valentía por su actuar tanto durante como después del embarazo y ahora por la defensa de la vida humana a través de su firme, valerosa y consecuente oposición al aborto.