Señor Director:
Si algo ha dejado en claro el ya largo debate sobre el aborto, es que la criatura que se forma en el seno de la madre es indudablemente un ser humano a carta cabal. Para justificar pues el aborto, algunos han esgrimido la peregrina tesis de que si bien ese ser es humano, él entraría solo de manera progresiva en el goce de los derechos que le corresponderían como tal, hasta el punto de que si se pone término a su vida dentro de las primeras semanas de gestación, no se le violaría ningún derecho. Otros esgrimen los derechos de la mujer al uso de su cuerpo para justificar el hecho de matar a otro, lo cual, en este caso, no es sino un homicidio, pues tiene por víctima inocente a un ser humano.
Queda claro, pues, que para quienes defienden estas posiciones, los derechos humanos, comenzando por el derecho a la vida, no son atributos inherentes a la naturaleza humana, sino que su ejercicio y defensa pueden ser suspendidos y aun aplastados en determinadas circunstancias. ¿Qué queda entonces de la prédica oficial que considera a esos derechos como inherentes a la naturaleza humana? ¿Qué queda de la universalidad de las declaraciones más importantes sobre esta materia? Simplemente nada. De ahora en adelante, por lo visto, preparémonos, porque entra en vigencia de nuevo la afirmación de Baruch Spinoza, esto es, «que el derecho de cada uno se extiende hasta donde se extienda su poder».
Es duro apreciar cómo una sociedad como la nuestra acepta que se entre a discutir este punto, pero mucho más duro es apreciar cómo impunemente hay algunos que hacen de la libertad de cátedra universitaria un instrumento para hacer lo que no es sino la apología de un crimen. Séame, al menos, permitido protestar por tal abuso que hace de estas instituciones de educación superior verdaderas escuelas del crimen. Algo muy distinto de aquello para lo cual fueron creadas.
Gonzalo Ibáñez S.M.
Ex rector de la Universidad Adolfo Ibáñez