Durante el último año nuestro país ha presenciado la aprobación de una serie de reformas que, más allá de sus diversas temáticas, tienen algo en común: la incertidumbre.
Tal vez el caso más notorio es la reforma educacional, considerando las enormes dudas ―muchas aún sin resolver― generadas en cientos de colegios particulares subvencionados, cuyo destino es incierto. Pero algo análogo sucedió en el caso de la reforma tributaria: son múltiples las preguntas sobre la aplicación e interpretación de las nuevas normas, y ciertamente aún no sabemos cuánto impactará a la inversión el modo en que se condujo el debate y la redacción final de las nuevas normas. Y lo mismo con la reforma electoral, pues ―siendo el fin del binominal una buena noticia― no son pocos quienes consideran que el nuevo redistritaje está hecho a la medida en algunos casos y dificultará enormemente la entrada de nuevos liderazgos políticos.Pero, a diferencia de todas las iniciativas mencionadas, con el proyecto de Ley de Aborto presentado por el Gobierno, por desgracia, sí existe plena certeza de lo que podría suceder.
En efecto, si revisamos la última evidencia científica que existe para el caso chileno y el mundo, nos permiten concluir que existe una tendencia a reconocer los efectos negativos en caso de aprobarse una iniciativa como esta. El 52,5% de las mujeres que abortan presentan un trastorno de estrés agudo, representado en una mayor prevalencia de sentimiento de culpa, irritabilidad, vergüenza, miedo y odio a sí misma (“Investigation of riskfactorsforacute stress reactionfollowinginducedabortion”). En este mismo grupo de mujeres que se practican un aborto, ellas tienen más probabilidad de: 35%, de suicidarse; 21%, de tener conductas suicidas; 27%, de uso de marihuana; 11%, de uso de alcohol; 9%, de caer en depresión; 8%, de cuadros de ansiedad (“Abortion and mental health: quantitativesynthesis and analysis of researchpublished”). Además, el 50% de las mujeres que abortan y luego quieren concebir un hijo, corren serio peligro de que el bebé nazca de forma prematura (British Medical Journal). En definitiva, no existe evidencia científica que a la fecha muestre que realizarse un aborto inducido genera un beneficio para la salud de las mujeres.
Un país comprometido con los más débiles y vulnerables, como en reiteradas ocasiones la Presidenta ha asegurado querer construir, no puede estar a favor del crimen del aborto ni tampoco arriesgarse a que las chilenas que se practiquen uno transiten por la crueldad de alguno de los indicadores anteriormente expuestos. Es preciso entonces atacar especialmente las condiciones que tientan al nunca aceptable acto de quitarle la vida a un hijo. Esto exige más que una negativa y debemos ser conscientes de aquello. Tenemos que trabajar en favor de una cultura de la vida y eso implica atender la profundidad del drama del aborto, porque así como es cierto que ningún niño merece ser descartado, también lo es que ninguna madre desea abortar.
Nicolás Garrido
Coordinador Nacional Construye Sociedad