Un poco estupefacto me dejan las palabras de algunos críticos de la reforma de la Ley del Aborto por considerarla “confesional”, es decir, que en ella se manifiestan argumentos de una presunta “moral católica”. Quiero recoger aquí los argumentos sobre el aborto de una persona ajena a la confesión cristiana, aunque no por ello lejana de una búsqueda incesante de Dios. La escritora Natalia Ginzburg. Nació en una familia culta de ideas socialistas y antifascistas, y fue diputada durante dos legislaturas por el Partido Comunista Italiano, no dejando de escribir hasta su muerte. Transcribo aquí un bellísimo fragmento de su célebre obra “Las pequeñas virtudes”, para que el lector se familiarice con la sensibilidad de la escritora.
“Y si nosotros mismos tenemos una vocación, si no la hemos traicionado, si a través de los años hemos seguido amándola, sirviéndola con pasión, en el amor que profesamos a nuestros hijos podemos mantener alejado de nuestro corazón el sentido de la propiedad. Si, por el contrario, carecemos de una vocación, o si la hemos abandonado y traicionado, por cinismo o por miedo a vivir, o por un mal entendido amor paterno, o por cualquier pequeña virtud que se ha instalado en nosotros, entonces nos agarramos a nuestros hijos como el náufrago al tronco de un árbol, pretendemos enérgicamente de ellos que nos devuelvan cuanto les hemos dado, que sean absolutamente y sin salida posible tal como los queremos, que obtengan de la vida todo aquello que a nosotros nos ha faltado”
La editorial Lumen publicó recientemente una recopilación de los ensayos de Natalia Ginzburg. En uno de ellos habla de la decisión de abortar. Toda la exquisitez de la escritora se muestra en un texto que demanda una reflexión a conciencia.
“En la idea que tengamos del aborto se esconden los rasgos de nuestra idea de la vida. Con el aborto se ha hecho pedazos nuestra armonía con el futuro, y nos parece que ya no podemos prometer el futuro a nadie. Sobre un pensamiento así no se puede construir nada, pues no es un pensamiento constructivo, sino una especie de fuego que cada uno enciende en soledad y por su cuenta. Abortar es matar, pero se trata de un homicidio que no puede compararse con ningún otro. Es separarse para siempre de una individual, concreta y real posibilidad viviente. Sabemos muy bien que matar está mal, pero aquí, en presencia de una posibilidad viva pero inmersa en la oscuridad, también la idea del bien y del mal está inmersa en la oscuridad. La elección es privada y oscura, pero no porque exista un libre derecho de elección, ni porque “la barriga es mía y hago con ella lo que quiero“. Es una horrible facultad de elegir, la vida o la nada. Quien elige debe elegir por dos, y el otro está mudo”
Javier Alonso Sandoica