El Mercurio, Domingo 29 de marzo de 2015, pag. A2
El aborto es un mal social que no se remedia haciendo que la ley lo permita, al principio, en los llamados casos «límites», o excepcionales, como se señala respecto del proyecto ahora en discusión parlamentaria. Su ocurrencia nos afecta a todos y provoca efectos psicológicos devastadores en la mujer, cuyas consecuencias se extienden en el tiempo, y algunas veces las acompañan -como un martirio- la vida entera. También comienza a conocerse el efecto psicológico que trae para el hombre, el padre de la criatura que no nació, preso de sus remordimientos y sus culpas, en especial cuando ya se llega a edades más avanzadas. Otro es el que provoca en los hermanos de aquellos que no llegaron a nacer por una decisión libre, pero errada. ¿Podría haber sido yo?, se pregunta el joven. Porque no se trata de un hecho accidental el que impidió a un posible hermano llegar a la vida, sino un hecho voluntario. Y entre madres e hijos puede venir la pregunta ¿por qué lo hiciste?, ¿cuántas veces ocurrió? Las cosas se complican mucho más. Quien quiera ver testimonios reales no tiene más que entrar a la página web www.chileesvida.cl y buscar allí videos que relatan estas realidades y que son contadas por las mismas madres que han abortado. Es necesario reaccionar con fuerza. Los parlamentarios no han sido elegidos para que nos den leyes que hieran a la nación y permitan matar a sus hijos, aunque sea en ciertos casos «excepcionales». Y, por esta razón, es a ellos a quienes hemos de dirigirnos expresando nuestra disconformidad con su apoyo a un proyecto de ley que apruebe el aborto o, como se dice, permita «la interrupción del embarazo», palabra mágica que quiere actuar como un adormecedor de nuestras reacciones. En el caso de los parlamentarios que se confiesan católicos, este deber de exigirles respetar siempre la vida humana ya concebida y actuar conforme a la razón y a las enseñanzas de la fe es aún mayor. Ninguno puede escudarse en la conciencia propia para decir que según ella considera lícito, en ciertos casos, poner fin -con una acción directa- a una vida ya concebida. «El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina» (Cat 1787). En el caso de quitar la vida a un ser ya en gestación el mandamiento divino es preciso: «No matarás» (Ex 20,13), pues «la vida humana es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» (Cat 2258). El Éxodo precisa más aún: «No quites la vida del inocente y justo» (Ex 23,7). Surge entonces la pregunta para nuestros parlamentarios católicos: ¿Pueden bajo alguna circunstancia apoyar un proyecto de ley que permite directamente quitar la vida de un ser ya concebido? A la luz de la enseñanza de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia no pueden. La discusión de esta ley -la más grave y de mayor trascendencia que haya pasado por nuestro Parlamento- marcará un antes y un después, un aquí y allá. Dividirá más aún a la sociedad chilena y será motivo de muchas laceraciones para la familia chilena, ya maltrecha en su conformación. Pero también nos debe hacer reaccionar. ¿A quién estamos entregando nuestro apoyo a la hora de elegir a los que nos han de conducir? ¿Es lícito para un miembro de la Iglesia Católica dar su apoyo a quienes -sin perjuicio de cosas buenas, que naturalmente las habrá- manifiestan su conformidad con una ley que permite terminar directamente con la vida del más inocente de los seres humanos? +JUAN IGNACIO GONZÁLEZ E. Obispo de San Bernardo