Marcando un contrasentido con el camino que vamos siguiendo nosotros, el Papa Francisco se ha referido hace unos días al aborto. Nuestras autoridades políticas quieren que exista en ciertos casos. La Presidenta, médico de profesión, como los oyentes del Papa, ha señalado que pronto habrá un proyecto para el caso de riesgo para la vida de la madre, inviabilidad fetal y violación. Los parlamentarios, mientras, discuten sus propios proyectos.
Francisco piensa que en nuestra sociedad no debería haber lugar a ello y compromete el trabajo de la Iglesia en la defensa de la vida. «La atención a la vida humana, especialmente la que cuenta con mayores dificultades, es decir, la del enfermo, el anciano, el niño, implica profundamente la misión de la Iglesia. Ella se siente llamada también a participar en el debate que tiene por objeto la vida humana, presentando la propia propuesta fundada en el Evangelio», y nos confirma que «en realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y siempre «de calidad». No existe una vida humana más sagrada que otra: toda vida humana es sagrada. Como tampoco existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra, solo en virtud de mayores medios, derechos y oportunidades económicas y sociales».
Con su capacidad de penetrar el pensamiento moderno, nos sigue diciendo que este «propone a veces una ‘falsa compasión’: la que considera una ayuda para la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad facilitar la eutanasia, una conquista científica ‘producir’ un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; o usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras. La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que ‘ve’, ‘tiene compasión’, se acerca y ofrece ayuda concreta».
Sus palabras nos recuerdan las exigencias de la coherencia cristiana. «La fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios, a veces requiere opciones valientes y a contracorriente que, en circunstancias especiales, pueden llegar a la objeción de conciencia. Y a muchas consecuencias sociales que tal fidelidad comporta. Estamos viviendo en una época de experimentación con la vida. Pero un experimentar mal. Tener hijos en lugar de acogerlos como don, como he dicho. Jugar con la vida. Estad atentos, porque esto es un pecado contra el Creador: contra Dios Creador, que creó de este modo las cosas. Cuando muchas veces en mi vida de sacerdote escuché objeciones:
– Pero, dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por ejemplo? ¿Es un problema religioso?
– No, no. No es un problema religioso.
– ¿Es un problema filosófico?
– No, no es un problema filosófico. Es un problema científico, porque allí hay una vida humana y no es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema».
El Papa continuó con el diálogo simulado:
– «Pero no, el pensamiento moderno…
– Pero, oye, en el pensamiento antiguo y en el pensamiento moderno la palabra matar significa lo mismo.
Lo mismo vale para la eutanasia: todos sabemos que con muchos ancianos, en esta cultura del descarte, se realiza esta eutanasia oculta. Pero también está la otra. Y esto es decir a Dios: ‘No, el final de la vida lo decido yo, como yo quiero’. Pecado contra Dios Creador. Pensad bien en esto».
«Pensad bien en esto». Recojo estas cuatro palabras, porque me parece que no lo estamos pensando, y las dirijo a los legisladores, que fueron elegidos para pensar el bien común de la nación. La ideología impone sus convicciones, y a su paso se cede, «no se piensa». El silencio se impone como regla y los que aparecían cristianos coherentes callan. Se les silencia con la separación entre la Iglesia y el Estado, que nada tiene que ver aquí, y se intenta sacar a Dios de las realidades sociales y públicas.
Chile es un país de rincones, como dijo el poeta, pero también tierra de silencios. Ojalá no ocurra esto entre nuestros políticos católicos y cristianos. Sabemos una cosa: al llegar el aborto, vendrán heridas profundas, estables y permanentes en personas concretas y en la nación entera. Pero también sabremos quiénes fueron los responsables de las heridas provocadas. No es la nación ni sus ciudadanos la que pide a gritos que se permita terminar la vida de un inocente en el seno materno. Son algunas autoridades políticas y parlamentarias las que con sus iniciativas legales, y luego con su apoyo parlamentario, quieren abrir una herida que otras naciones infructuosamente quieren cerrar.
«Pensad bien en esto», les dice el Papa Francisco, alabado cuando conviene y silenciado cuando dice cosas incómodas, como en este caso.
+Juan Ignacio González
Obispo de San Bernardo