Uno de los temas que ha causado gran polémica en tiempos actuales es el aborto; van y vienen argumentos a favor y en contra y, si bien es cierto que es difícil exponer una opinión respecto a un tema que muchas veces puede ser desconocido para algunos que no hemos estado en el lugar de quienes lo han efectuado, no es complicado ponerse en la posición de los no nacidos y defender la oportunidad de vivir que les corresponde por derecho, como bien lo expresa la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el artículo 1: todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y en el artículo 3: todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. ¿El simple hecho de condenar a muerte a un ser no sería, por lo tanto, una grave infracción de estos artículos?
Hay ciertos casos en los que algunos lo consideran admisible; casos en los que el feto ya presenta malformaciones en la gestación. ¿Eso significaría que la vida de los discapacitados no es tan digna como la de otros quienes sí presentan una fisonomía que concuerda con los parámetros establecidos en el canon de la belleza actual?
Y lo que es peor, se pueden encontrar otros en los que el bebé moriría a los pocos segundos, minutos u horas luego de nacer. Pero ¿quién nos da el derecho de quitarle esos tan preciados instantes de vida fuera del vientre materno?
Aunque muchos relacionan el estar en contra del aborto con una postura más bien defendida por la iglesia católica, lo cierto es que la protección de la vida del no nacido no es una cuestión de fe religiosa.
Iglesias de todas las doctrinas, incluso muchos ateos y agnósticos abogan por el valor universal de cada persona, afirmando con seguridad que abortar no es tener genuina libertad debido a que esta nace del respeto a la vida y de la generosidad.
Hoy no existe la esclavitud, por lo tanto nadie es dueño de nadie, ni siquiera se conciben los hijos como de propiedad de sus madres; de hecho ellas solamente tienen la obligación natural y moral de protegerlos dentro y fuera del vientre, hasta que puedan valerse por sí mismos, hasta cuando sean capaces de ejercer su propia libertad.
Por otra parte, hay quienes consideran el aborto como un derecho de la mujer. Es innegable que la mujer tiene derecho a recibir una educación sexual adecuada, a recibir asistencia psicológica y sanitaria durante este proceso y, sobre todo, información sobre las alternativas existentes para evitar abortar, que en términos técnicos sería lo mismo que hablar de un asesinato, ya que, aunque el feto habite dentro de su cuerpo, es una vida independiente de la madre que la acoge y por tanto ésta no tiene ningún derecho de terminarla; porque en realidad después de ocurrido el aborto evidentemente no se puede reanudar el embarazo, por lo que no se podría definir como interrupción.
Sin embargo una de las falacias más recurrentes es la de promover que las mujeres controlen sus cuerpos sin permiso de los hombres; incluso hay algunas feministas integristas que odian tanto el hecho de ser ellas quienes queden embarazadas y no los hombres, que se plantean el tema de esta forma.
Esto se debe en muchos casos a la violencia de género o acoso en el trabajo, llegando incluso a despedir a muchas de ellas sólo por estar embarazadas. Pero esto no ocurre frecuentemente; muchas abortan simplemente por desconocimiento de otras alternativas existentes y porque ven como un ideal de la sociedad moderna cometer tales acciones porque la ley está vigente y el aborto ya está siendo practicado en algunos países europeos más desarrollados socialmente hablando.
Lo que olvidamos es que la posible nueva ley convertiría el aborto en un método de planificación familiar, un método anticonceptivo que no hará más felices a las parejas. Al contrario, mucho más miserables, además de todos los problemas que conlleva, desde el embarazo no previsto,las dificultades de tomar la decisión de abortar, hasta los traumas pos aborto, pasando por depresiones, secuelas físicas, y psicológicas, cuando la mujer se da cuenta de la verdadera naturaleza de su acto, o sea, cuando se percata de que lo que verdaderamente está haciendo es matar a su propio hijo.
Sea como sea, el aborto es un rotundo fracaso de la sociedad porque no es algo inocuo ni tampoco una solución a los problemas, sino lo opuesto. La verdadera solución posible sería informarse de todo lo que conlleva esta situación para evitarla, ayudar a quienes pasan por una situación de embarazo no deseado dándoles a conocer otras alternativas a las que se puede optar (adopción, por ejemplo) e incentivar a los demás a que hagan lo mismo, no promover leyes que lo permitan.
Ignacia Picas Aguilera