por Cardenal Jorge A. Medina Estévez. Arzobispo, Obispo emérito de Valparaíso
Señor Director:
Hace algunos días fue aprobada, en el Senado de la República, la idea de legislar sobre la interrupción voluntaria del embarazo (léase aborto).
De nada han valido, para quienes contribuyeron con su voto, los poderosos argumentos científicos que demuestran que el feto es un ser humano al que corresponde reconocer derechos inalienables; entre ellos, el primero, que es el derecho a la vida. Ha sido un deplorable triunfo de la ambigüedad, del relativismo moral y de lo «políticamente correcto», porque acarrea, aunque sea a cualquier precio, un puñado de votos. No habrá que quejarse si esos mismos nefastos criterios se aplican en el futuro a otras circunstancias de la convivencia social.
Es muy doloroso comprobar que esta aprobación ha contado con el voto de legisladores que afirman ser cristianos, y aun católicos. Los Papas han señalado que el derecho a la vida es intangible e intransable, y el Papa Francisco lo ha calificado de asesinato. Han manifestado claramente su rechazo los obispos de la Iglesia Católica, y también los pastores de otras diversas comunidades cristianas. Sus voces, testigos de la Palabra de Dios, han sido desoídas, por no decir menospreciadas, a pesar de las apariencias respetuosas, y hasta gentiles.
Hace ya tantos años, San Alberto Hurtado planteó una pregunta acuciante: ¿es Chile un país católico? Esa pregunta sigue siendo dolorosamente actual, y resulta desafiante que la mayoría de los legisladores elegidos por un país que se confiesa mayoritariamente cristiano hagan caso omiso de los valores cristianos en una materia que está por encima de las legítimas divergencias en materias opinables. El aborto no es, para un cristiano, un tema opinable.
¿Con qué cara podría acercarse a recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía un católico que ha prestado su colaboración y complicidad para que se pueda arrebatar cruelmente la vida a creaturas inocentes, con el fútil pretexto de que una «ley» humana e injusta lo autoriza?
Corría el año 1968, y el suscrito, en esa época decano de la Facultad de Teología, había invitado a dar algunas conferencias en Santiago al eminente teólogo jesuita P. Henri de Lubac, más tarde ungido cardenal. El entonces Presidente de la República, don Eduardo Frei Montalva, invitó al P. de Lubac a un almuerzo en La Moneda. Al regreso a la Facultad, donde se hospedaba, el P. de Lubac me dijo que el Presidente Frei le había manifestado textualmente: «Mi partido sigue siendo demócrata, pero ya no es cristiano». ¿Qué diría ahora el Presidente Frei al ver que quien actualmente preside su partido ha dado su voto, y ya en dos ocasiones, a favor del aborto?
No es posible pensar que personas que no son creyentes tengan temor a Dios o al demonio. Pero sí deberían quienes se confiesan cristianos. En todo caso, quien es cristiano o católico, y piensa que debe ser coherente con sus principios, no debería apoyar con su voto, en futuras elecciones, a quienes han favorecido con su voto o con su silencio ominoso la aprobación de un proyecto que legitima el asesinato de inocentes. No estoy haciendo una indebida incursión en la política contingente, sino que estoy cumpliendo el sagrado deber de dar testimonio de la verdad, como juré solemnemente hacerlo cuando fui ordenado sacerdote y, más tarde, consagrado obispo por el Papa San Juan Pablo II, y cuando el mismo Pontífice me confirió la alta responsabilidad de ser cardenal de la Iglesia romana.