«País laico, aborto y práctica médica», Arzobispo de Concepción Fernando Chomalí, Tribuna El Mercurio 24 de Agosto

20110420_fchomali_alta«…soy el primero en estar de acuerdo de que Chile es un país laico y que hay separación de la Iglesia y el Estado, pero ese argumento no vale cuando se trata de defender principios que surgen de la razón, como el derecho primario, original y fundamental que tiene todo ser humano a que se le respete su vida…».

 

La Iglesia Católica reconoce que hay embarazos que generan múltiples dificultades a las madres y que algunos son verdaderos dramas de hondo contenido humano, sin embargo difiere sustancialmente del modo como ese drama se resuelve. Algunos plantean que la madre puede decidir si sigue adelante o no con el embarazo, y que la ley y el aparato estatal se ponen al servicio de dicha elección procurando un aborto; otros, entre los cuales la Iglesia Católica se incluye, creen que aquello no solo no soluciona el problema de la madre, sino que además le agrega otro, que es la eliminación de un inocente e indefenso ser humano en desarrollo, como lo fuimos cada uno de nosotros.

Al leer el proyecto y sus antecedentes detenidamente, está más que claro que el espíritu de la ley no está centrado en un tema médico ni de salud pública: está centrado en el supuesto derecho que tiene la madre a decidir si sigue o no con el embarazo. Y ello cuando quiera. Ese es el debate de fondo, y desde ese punto de vista urge mayor honestidad intelectual. El debate es si el deseo de la madre de no tener un hijo prevalece por sobre el derecho que tiene ese ser de la especie humana a continuar desarrollándose en el seno materno. No me parece justo suscitar en la conciencia de las personas una posición respecto del aborto presentando casos dramáticos que apelan al sentimiento cuando lo que se pretende en la ley, y es cosa de leerlo, es que la mujer tenga amplias facultades para decidir. ¿Se les mostraron a los encuestados los fundamentos del proyecto?

Dada la oposición de la Iglesia Católica a este proyecto de ley que deja en la más absoluta indefensión al concebido, según consta en múltiples documentos pontificios, episcopales y académicos (todos ellos, en manos de la comisión de Salud de la Cámara de Diputados), y no teniendo argumentos para contrarrestar sus postulados, aparece el de que Chile es un país laico. Soy el primero en estar de acuerdo de que Chile es un país laico y que hay separación de la Iglesia y el Estado, pero ese argumento no vale cuando se trata de defender principios que surgen de la razón, como lo es el derecho primario, original y fundamental que tiene todo ser humano a que se le respete su vida. De ese derecho gozamos quienes estamos hoy en esta discusión.

El hecho de querer marginarnos de este debate que toca los cimientos mismos de la nación, con ese argumento no dará resultado, como tampoco lo dio cuando la Iglesia se preocupó, incluso con la vida de algunos de sus propios miembros, de los que no tenían voz y eran degradados en su dignidad de manera brutal.

Llegó la hora de sincerar el debate y responder a preguntas más de fondo: ¿Podría alguien atribuirse el derecho de decidir respecto de qué vida merece ser vivida y qué vida no merece ser vivida? ¿No será un fracaso de la sociedad terminar con la vida de los más indefensos como solución a problemas reales que, por de pronto, somos los primeros en reconocer? 

¿No será que el principio de la solidaridad y el acompañamiento de todo orden a la madre y al hijo son el camino donde se vive con mayor fuerza una sociedad auténticamente democrática y además respetuosa de la Constitución? ¿No será que llegó la hora de leer los libros de embriología de todo el mundo que postulan, y hoy con más fuerza que nunca, por los nuevos conocimientos alcanzados, que al producirse la fecundación se da inicio a un nuevo ser de la especie humana? ¿No será que llegó la hora de respetar las artes médicas en todo su esplendor que enseñan a sanar, cuidar, aliviar, pero nunca a dañar? Y con este nuevo proyecto de ley, ¿habrá que incluir junto al curso de embriología uno de aborto, y, obviamente en este contexto, el día de mañana junto al curso de cuidados paliativos uno de eutanasia?

¿Será que esta ley es el paso de una medicina centrada en el bien de los pacientes a una centrada en el deseo del que puede decidir, que suele ser el más fuerte?

 

Fernando Chomali
Arzobispo de Concepción

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«Todos Por la Vida», Columna Diario Financiero 24 de Agosto

 

Padre-Hugo-TagleSe han sucedido los reclamos tanto a favor como en contra del aborto. Sin abultar más en torno al tema quiero sí, contribuir en algo que es voluntad común: Hacer del proceso de gestar y tener vida un acontecimiento amable, seguro y deseable. Vale decir, lo contrario de lo que es hoy para muchas chilenas. En efecto, ser madre en Chile es para muchas un drama, «un problema», sino una tragedia.

Poco he escuchado en favorecer más la maternidad, hacer de esa aventura maravillosa algo amable, grato, positivo, y no la carga que hoy supone. Extraño en quienes apoyan la vida un reclamo más decidido, por ejemplo, ante prácticas laborales discriminatorias contra la mujer y su posibilidad de embarazarse. Soy testigo triste e indignado de que, personas que se llenan la boca con consignas a favor de la vida, en su mundo laboral y dentro de sus posibilidades, poco y nada hacen para que las mujeres que trabajan allí, les resulte grato y deseable ser madres, lo puedan planificar con tranquilidad e, incluso, si llega sorpresivamente, que no tengan que deshacerse en explicaciones, como quien está dando cuenta de un pecado mortal. Puro cínico doble estándar.

El discurso pro vida debe incorporar en su ADN un reclamo más decidido contra las políticas de salud y prácticas laborales, que atentan contra la vida y son, entre otras razones, las que llevan a muchas mujeres a abortar. Sin esta línea de argumentación, el reclamo contra el aborto no resulta convincente; más bien una cortina de humo ante las evidentes injusticias en este campo contra la mujer. Toda apelación a favor de la vida debe ir acompañada de gestos concretos para que resulte eficaz.

Ninguna mujer quiere abortar. Si llega a hacerlo, es por el desamparo y trabas que la llevan a tomar esta triste decisión.

Un apoyo convincente a la vida implica, señores, ¡meterse la mano al bolsillo! A pura consigna no pagamos clínica, médicos ni pañales. El apoyo debe ser tal, que la tentación del aborto desaparezca sola.

Sin duda la prohibición del aborto -penalización si se quiere- es importante. La ley tiene un efecto pedagógico; habla del apoyo social a la vida. Pero, sin políticas decididas en pro de la vida, de poco sirve el papel.

Como buen ejemplo de una concreta acción pro-vida está la fundación María Ayuda, organización de auxilio a niñas en situación de riesgo social. Sin bulla y poquísimos recursos, han acompañado cientos de embarazos haciendo posible que traer vida al mundo sea un regalo. Que ninguna mujer en Chile pueda decir que no recibió ayuda en su embarazo. Que no nos reprochen mezquindad ni falta de apoyo.

 

Por Padre Hugo Tagle

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La personalidad del que está por nacer, Carta al Director El Mercurio 22 de agosto

Con ocasión del magnífico y original artículo de Lucía Santa Cruz: «El aborto; la otra visión liberal», se ha producido un interesante debate. Se ha dicho que no basta ser individuo humano para ser persona y que para el derecho chileno el que está por nacer no sería persona. Querríamos por nuestra parte ayudar al esclarecimiento de estas cuestiones.

1. La persona. Es propio de la persona, por contraposición al animal, el poder pensar: concebir ideas -formas que recogen la esencia de una cosa con prescindencia de sus particularidades sensibles-. Por ejemplo, la idea de reloj se aplica igual a uno a cuerda con esfera y punteros que a uno de agua o arena. Esto lo puede conocer el hombre, el animal no. El hombre puede, entonces, conocer el ser de las cosas, y el suyo propio, lo que le otorga una posesión de sí mismo y de aquellas, y por tanto una cierta interioridad o subjetividad y un cierto ser para sí, una autodestinación. Por eso se dice que la persona es un cierto fin en sí y no un medio (Santo Tomás, «Suma contra Gentiles», L.3, c.112 y c.113; Kant, «Cimentación para la metafísica de las costumbres», c.2).

Porque el hombre se posee a sí mismo y puede conducir su vida, según su naturaleza, puede poseer cosas, y tiene esas facultades de exigir lo propio, que se llaman derechos. Los animales en cambio no podrían tenerlos. Por eso el hombre es sujeto de derechos. Y el primer derecho suyo es el derecho a la vida.

2. Comienzo de la personalidad. El descubrimiento del código genético a mediados del siglo XX ha permitido concluir que el sujeto biológico hombre comienza con la fecundación, porque tiene toda la información genética que le permite desarrollarse hasta la adultez.

Para los que piensan que el hombre es solo biología, la personalidad debe comenzar, evidentemente, con el sujeto biológico hombre, es decir, con la fecundación, aunque el embrión no pueda pensar todavía, porque tiene la facultad de formar su sistema nervioso y su cerebro. Para los que con Platón («Fedón») y Aristóteles («Tratado del Alma») creemos que en el hombre hay un alma o principio vital inmaterial, o espiritual, también la persona comienza con la concepción, porque el principio vital del hombre o acto primero suyo (Aristóteles, «Del alma», 412) tiene que estar desde que hay ser humano, aunque Aristóteles no lo haya visto así por desconocimiento de la biología celular y del código genético.

En síntesis, el embrión, desde su etapa de huevo fecundado, es no una persona en potencia, como por error se suele decir, sino una persona en acto y un adulto en potencia. O, como dice Xavier Zubiri, no es un germen de hombre, sino un hombre germinante («Sobre el Hombre», Alianza, Madrid, 1986, págs. 49-50).

3. Derecho a la vida del embrión desde la fecundación. Si lo que da derecho de personalidad y derecho consiguiente a la vida al hombre es su mente pensante, el embrión tiene derecho a la vida, porque sin cambio substancial alguno, por su propia capacidad de autoconstrucción, llegará a pensar.

4. La ilicitud intrínseca de cualquier aborto. Supuesto todo lo anterior, cualquier aborto es un homicidio.

5. En el derecho chileno el embrión es persona. Si bien es verdad que el artículo 74 del Código Civil dispone que la existencia legal de toda persona principia al nacer, esto ha de entenderse solo para efectos patrimoniales. Por eso el art. 77 nos dice que los derechos que toque adquirir al que está por nacer -p. ej., una herencia- los adquirirá solo si en definitiva nace, pero con efecto retroactivo. La razón de esto es que el que está por nacer no necesita propiedad mientras no nazca.

Otra cosa es para el derecho a la vida, y sobre este punto tenemos el artículo 75 del Código Civil, que nos dice: «La ley protege la vida del que está por nacer. El juez, en consecuencia, tomará, a petición de cualquiera persona o de oficio, todas las providencias que le parezcan convenientes para proteger la existencia del no nacido, siempre que crea que de algún modo peligra». O sea, para lo único que en esa etapa le puede interesar, que es conservar la vida, el que está por nacer es considerado persona y sujeto del derecho a la vida.

No está de más recordar a los que han dicho lo contrario la ley del Digesto, según la cual «Conocer las leyes no es conocer sus palabras, sino su fuerza y su poder».

Para terminar, el liberalismo no puede ser partidario del aborto, porque entonces cabría decir: ¡Triste liberal el que niega la libertad de nacer!, siguiendo a don Abdón Cifuentes, que dijo a quienes se oponían a la libertad de enseñanza: ¡Triste liberal el que se asusta con una migaja de libertad!

José Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Derecho Civil UC 

 

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Vida humana y persona, columna de Soledad Alvear en la Tercera, Miércoles 19 de agosto

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Se plantea el tema del aborto diciendo que es un asunto valórico y, como tal, no se puede imponer a nadie. Y, ¿qué es lo valórico?, ¿no mentir o no robar son temas valóricos? ¿No abusar de los trabajadores o no ser corrupto no son también temas valóricos? Y si son valóricos, ¿por qué se imponen? Porque nos damos cuenta de que hay ciertos valores fundamentales para poder vivir y convivir en sociedad,  que afectan a la esencia de la dignidad de la persona.

En la sociedad contemporánea, el hombre y la mujer tienen un mayor control sobre sus propias decisiones, sobre su cuerpo y sobre todo lo que tenga que ver con su concepto de felicidad personal. Este hecho, desde una mirada liberal, se ha exacerbado abordándolo de modo que lo bueno, lo verdadero y lo justo es aquello que cada uno decide,independiente de cualquier otra consideración; es decir, uno mismo dota la medida de la justicia o de la bondad de un acto.

Sin embargo, desde la tradición social cristiana nuestra autonomía no es ilimitada, pues es parte de la libertad responsable del ser humano que sabe que debe actuar respetando la libertad de los demás, aunque ello le limite o le ocasione un problema, y sabe también que debe actuar conforme a su identidad de persona. Esto le obliga moralmente a cuidar y respetar los bienes básicos que conforman su dignidad: la vida, la salud, la conciencia propia y la de los demás.

El principio de autonomía en una elección o decisión debe contrarrestarse por tanto con el principio de no-maleficencia, es decir, no hacer daño a otro no tan sólo en sentido general, sino de no hacer daño al otro en lo que al otro, en particular, le pudiese dañar o daña.

Lo que se está planteando con el tema del aborto es algo que refleja lo anterior. Hoy pareciera, desde una mirada liberal, que lo único que vale es la autonomía personal: yo soy el que decide. El resto no puede decirme lo que debo hacer. Y, por lo tanto, exijo tolerancia. Esto es una verdad a medias. La tolerancia no es silenciarse frente a los que piensan distinto. Es justamente dialogar para crecer, no ser individualista. Estamos en una sociedad y hacemos sociedad. Los principios y deberes éticos sociales están por sobre los principios y deberes personales. Por eso, aunque desee robar no lo puedo hacer.

Pero además, desde la mirada del humanismo cristiano siempre ha existido una preocupación permanente por los más desprotegidos, los excluidos, los más vulnerables; esa ha sido la lógica de la defensa de los derechos humanos, la denuncia de la pobreza, y por ello, hoy como ayer, la defensa de la vida.

El ser humano, en cualquier etapa de su desarrollo, jamás puede ser tratado como cosa u objeto. Es el único que vale en sí mismo y por sí mismo, y no en razón de otra cosa. Es el único ser visible que no pertenece a la categoría de los bienes útiles o instrumentales. Por tanto, el respeto a la vida humana, su defensa y promoción, tanto de la ajena como de la propia, representa el primer imperativo ético.

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