Sr. Director:
Tenemos un problema… algo anda mal… son palabras que remueven hasta el tuétano a una mujer —llamémosle Ana— en el segundo control ecográfico. Las palabras del doctor bonachón que le da este diagnóstico se sienten lejanas, como bajo el agua. No puede ser verdad… ¿Qué habré hecho mal? Después de llorar durante todo el camino a casa, conversa con su familia y deciden llamar a un experto para una segunda opinión. Segundo trámite, segunda espera, segunda ecografía… y la inexorable mirada del experto diciendo que no hay nada que la medicina pueda hacer. Tristeza. Rabia. Vómitos. Nuevamente llanto… ¿Por qué me pasa esto a mi? pregunta que la hace sentir culpable y es rápidamente reemplazada… ¿Por qué a mi hijo? Y comienza a formarse la idea de abortar…¿Por qué continuar con este dolor? ¿Cuál es el sentido de prolongar este sufrimiento? Ya vendrán más hijos… Pero ¿Podré volver a ser madre? ¿Seré capaz de querer volver a ser madre?
Búsqueda en Google… De qué se trata la enfermedad (¡No entiendo nada!)… Cuáles son las expectativas de vida (¡Algunos sobreviven al parto! Pero la mayoría no)… Cómo se hace un aborto a las 16 semanas de gestación (¡Qué horror! ¿Y cuán seguro es esto?)… Miles de páginas web con información de libertad y derechos de la mujer, y otras tantas con frases como “No al aborto” “Un aborto te hace madre de un hijo muerto” (¡¡¡Pero si se va a morir igual!!!) Y se acumulan las preguntas como una precaria torre de platos y tazas que está apunto de caerse al suelo y romperse en mil pedazos, junto con la misma Ana… Llora una vez más… no porque haya encontrado una respuesta, sino porque no ha encontrado ninguna… Ana es la madre de un bebé “en veremos”… Le cuesta dormir, le cuesta comer, le cuesta respirar… No por la tristeza, no por el dolor, sino por la soledad de la incertidumbre… Y el miedo a la soledad, que es aún más terrible.
Esta historia ilustra el profundo abandono que comparten cientos de mujeres chilenas al año embarazadas con diagnóstico de la mal llamada “inviabilidad”. Hoy, el gobierno le ofrece a Ana, a través de un proyecto de ley, el supuesto derecho a elegir interrumpir su embarazo… Y Ana sabe que eso realmente significa que le dan la opción de que alguien mate a su hijo, por decisión de ella, antes que muera naturalmente… Ana sabe perfectamente, que a través de un aborto, el gobierno le dice que no hay nada más que hacer.
“Hoy, el gobierno le ofrece a Ana, a través de un proyecto de ley, el supuesto derecho a elegir interrumpir su embarazo… Y Ana sabe que eso realmente significa que le dan la opción de que alguien mate a su hijo, por decisión de ella, antes que muera naturalmente…”
Por cierto, el hijo de Ana probablemente muera antes de nacer, o muy poco tiempo después del parto. Pero eso no significa que no haya nada más que hacer. Hay tanto que hacer por mujeres como Ana. Es ahí donde CUALQUIER proyecto de aborto falla. Porque Ana no anda buscando abortar. Todos, detractores del aborto o no, coincidimos que se trata de un mal social, porque terminar con la vida de cualquier ser humano es un mal. Quienes apoyan el proyecto de ley de aborto avalan que, además de su despenalización por causales, éste se transforme en un derecho garantizado, bajo la premisa que un acto malo se transforma en bueno bajo ciertas excepciones, a tal punto que es algo que el Estado debe hacer o aplicar. Pero Ana no anda buscando una respuesta de muerte, sino una de vida. Se siente sola. Tiene miedo. Y lo mejor que el gobierno de cualquier país puede hacer, es darle a Ana la compañía que necesita para encontrar esas respuestas, en vez de decirle que no hay nada más que hacer. Lo que Ana quiere es no sentirse sola en esos momentos. Lo que tantas mujeres como ella quieren es una persona al lado que sepa por lo que están pasando, un hombro donde llorar, unos brazos que les abracen y les digan: “No te preocupes… no importa cuán terrible sea para ti el dolor de saber que tu hijo está tan enfermo, no estás sola”. Por eso el acompañamiento es tan eficaz. No porque disuada, sino porque acompaña.
Entonces ¿Cómo le vamos a responder a Ana? ¿Diciéndole que no hay nada más que hacer y que mejor decida ella que le den muerte a su hijo? ¿O entregarle compañía y apoyo integral para que se sienta digna y segura en su maternidad, a pesar de su inconmensurable dolor? Hay que decidir cuál rumbo tomar, porque se trata de una encrucijada y no de caminos paralelos.
Por Patricia Andrighetti