Publicado el 15 septiembre 2015
Lo “terapéutico” es aquello que cura o alivia una enfermedad y sus síntomas. Este es su sentido etimológico, y también el sentido de la ciencia médica: devolver la salud, restablecer el equilibrio entre los principios del cuerpo para preservar la vida.
Por eso llama tanto la atención la expresión “aborto terapéutico”, ahora de última moda, por cuanto la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados acaba de aprobar esta causal para la despenalización del infanticidio intrauterino. La causal es todavía más curiosa, si se tiene en cuenta que todos los médicos suscriben el llamado “Juramento Hipocrático”, por el cual declaran que “jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura”. ¿Cómo se puede llamar, entonces, “terapéutico” a un aborto? Parece un contrasentido: la terapéutica consiste en salvar vidas, no eliminarlas.
La expresión “aborto terapéutico” es, en realidad, una estratagema destinada a engañar a la opinión pública, con objeto de hacer pasar un procedimiento médico que es de suyo correcto y lícito, por un aborto, intentando colar, de esa manera, que existiría “algún caso” de “aborto” que es “bueno”, y hasta humanitario.
El argumento es el siguiente: se dice que, cuando peligra la vida de la madre (ya sea por causa del embarazo, o por otra causa distinta de éste), el derecho debe proteger su vida y dignidad, y consecuentemente autorizar el aborto del niño para salvar la vida de la madre. Por esto sería necesario despenalizar el “aborto terapéutico”. Este razonamiento es falso y tendencioso, por las siguientes razones:
1) No existiendo otra alternativa, es moral y jurídicamente lícito realizar acciones positivas destinadas a salvar la vida de la madre (inocular un medicamento, operar, etc.), aceptando que de esta acción se deriven dos efectos: uno que se busca (la salud de la madre) y otro que no se busca, pero se tolera (la eventual muerte del hijo). Esto es lícito porque la acción del médico tiene por objeto salvarlos a los dos, no matar al niño. Dicho de otro modo: la única manera de salvar al hijo es salvando a la madre.
2) Lo anterior no es un aborto, ni menos terapéutico. Habría un aborto voluntario si la acción consistiera directamente en matar al niño, pero semejante cosa nunca puede ser propuesta como una medida terapéutica, no sólo porque sería inmoral y antijurídico, sino también porque no tiene valor terapéutico.
3) Para realizar acciones positivas destinadas a salvar la vida de la madre en el caso propuesto, no se requiere de una ley de despenalización del aborto, porque ya está permitido con la legislación actual. Así lo reconoció el Presidente de la Corte Suprema, Sergio Muñoz, hace unos días atrás en el informe que el máximo tribunal emitiera sobre el proyecto del Gobierno, al afirmar que “en la actualidad en Chile no se encuentra 2 proscrito el aborto terapéutico propiamente tal”.Carece, por lo tanto, de sentido invocar razones terapéuticas para impulsar una ley de aborto.
Todo esto es relativamente fácil de entender. Basta mirar la ley vigente para darse cuenta de que el médico no sólo tiene la potestad o derecho, sino también la obligación de actuar en estos casos para proteger la vida de la madre. porque de esa forma está actuando simultáneamente para proteger la vida del niño en su vientre. Lo que ocurre es que esto no es un aborto, porque lo que se busca no es la muerte del no nacido, sino la protección de la vida de ambos.
Y si es tan fácil de entender, ¿por qué hay abogados y hombres públicos defendiendo la consagración legal del “aborto terapéutico” que no es tal?
Porque esta es la forma de abrir la puerta legal al aborto de verdad, es decir, a situaciones en las que se actúa directamente sobre el niño, para darle muerte. Se trata de una estrategia ideológica: asociar el nombre de “aborto” a un procedimiento que es lícito, para instalar en el debate público la idea de que hay abortos que son buenos, y confundir al electorado y a la gente común.
¿Vamos a pisar el palito?
Raúl Madrid, Profesor Titular Pontificia Universidad Católica de Chile.
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