QUIENES TENÍAN conciencia, en la década de los 80, recordarán un chiste clásico que decía: “¿Cómo le das más libertad a la mujer? Ampliándole la cocina”. Como suele hacer el humor, éste hablaba mucho de cómo pensaba nuestra sociedad, exponiendo la idea de que, agregando metros cuadrados a la cocina, dejabas a la mujer contenta. Mostraba también una buena forma de limitar su rol a lo doméstico y, a la vez, entregarles la ilusión de libertad, mientras el país podía seguir siendo manejado por y para hombres.
Mucha agua bajo el puente ha pasado desde ese chiste. Tanta, que lo que hace 30 años pudo haber sido divertido, hoy sería tomado como un verdadero insulto. Sin embargo, esta manera de pensar, lejos de haber desaparecido, sólo se ha sofisticado. Es así como hoy nos encontramos frente a un proyecto de ley para legalizar el aborto, que se nos vende como un derecho conquistado por las mujeres para ganar libertad y empoderarnos, pero no es más que una ampliación de la cocina 2.0. Porque, lejos de ser un derecho, el aborto es un síntoma de vulnerabilidad: Cuando una mujer se siente forzada a tomar una decisión en base a coerción (presión de la pareja, familia o empleador), o porque las expectativas de desarrollo disminuyen considerablemente al ser madre, no se puede hablar de libertad; y ésas son las razones que entregan la mayoría de las mujeres que piensan en abortar. No se puede hablar de una conquista en los derechos de las mujeres cuando la mayoría de las veces el aborto es motivado por alguna forma de violencia o discriminación. Cuando la alternativa que se ofrece al aborto es dejar a la mujer con un embarazo en conflicto sola y sin apoyo, no se puede decir que se la está empoderando. Empoderar no es delegar en la mujer la responsabilidad de decidir matar a su hijo, mientras el hombre se desentiende del “problema”. En un acto que es violento para dos seres humanos, y que termina convirtiéndose en un mal muchísimo mayor que el dolor de un embarazo difícil, no puede haber libertad, ni conquista de derechos, ni empoderamiento.
Entonces, como un muy mal chiste, se nos quiere dar la ilusión de libertad, cuando lo cierto es que el aborto resuelve el conflicto de forma superficial, niega que la maternidad empieza mucho antes del parto y trata como un objeto desechable a un ser humano. Considerar el aborto como una solución es abordar el problema desde una visión machista, ya que la manera de darle libertad a la mujer es deshaciéndose de su maternidad, en vez de cambiar la visión de la maternidad como obstáculo para el desarrollo integral de la mujer.
Si queremos empoderar a las mujeres, promovamos opciones para lograr su participació en el ámbito laboral, familiar, social y público, sin que sea “a pesar” de la maternidad, sino que con ella, de forma natural e integrada. Si queremos una cultura de paridad entre hombres y mujeres, entonces trabajemos para que los hombres asuman su responsabilidad y su rol en la paternidad.
Cuando la maternidad deje de considerarse un estorbo, la discusión sobre cómo darnos más libertad a las mujeres perderá sentido, porque la verdad es que no queremos que nos den nada, queremos simplemente aportar y participar en la sociedad, incluyendo nuestras diferencias. En ese momento, ni la ampliación de la cocina ni el aborto servirán de monedas de cambio para mantener el statu quo que deja a las mujeres en el mismo espacio de siempre.
No nos ofrezcan la ampliación de la cocina, porque lo que queremos es habitar la casa completa, en armonía con todos sus moradores, y tomar nuestro lugar en el mundo que existe fuera de ella.
Francisca Jofré
Vocera Movimiento de Mujeres Reivindica
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