IDEOLOGÍA DE GÉNERO

Columna de Hernan Corral

El Mercurio 9 de marzo de 2017

«Los niños tienen pene y… las niñas, vulva. Que no te engañen». Con esta leyenda comenzó a circular hace unos días en Madrid un bus naranja de la ONG Hazte Oír, y se desataron las iras del progresismo liberal de ese país, tanto de derechas como de izquierdas.

La campaña era, de algún modo, respuesta a otra de la asociación Chrysallis del País Vasco que en enero puso carteles en buses y en el metro con dibujos de niños desnudos y el mensaje «Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo». En esa ocasión, no hubo mayor escándalo. En cambio, el bus de Hazte Oír ha sido objeto de insultos y descalificaciones: se habla de grupos ultraconservadores, de «lgtbfobia» (sic), de «discurso de odio». Un juez fulminó una prohibición de circular del bus por considerar que el texto denigraba a las personas de identidad transexual. Hazte Oír respondió poniendo la leyenda entre signos interrogativos y anunciando que el bus llegaría a otras ciudades españolas.

Puede costar entender que una afirmación que se encuentra en cualquier libro de anatomía y que constata lo manifiesto: que cada sexo tiene sus propios genitales, sea motivo de tanto alboroto. La reacción mediática se entiende cuando se percibe la intensa y extendida penetración social de los postulados de la llamada ideología de género, verdadera «colonización ideológica» según ha denunciado varias veces el Papa Francisco. En la exhortación Amoris laetitia ha dicho que la teoría del «gender», al aspirar a una sociedad sin diferencias de sexo, «vacía el fundamento antropológico de la familia», y «lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer» (Nº 56).

La ideología de género ha encontrado en las personas que presentan una disociación entre su sexo y la autopercepción psicológica de su identidad sexual un instrumento útil para, en un primer lugar, sostener que el sexo no es corporal, sino psíquico, y luego para sustituir la noción de sexo por el concepto plástico y mutable de «género». Se niega, entonces, que sea un concepto «binario» (masculino-femenino) y se auspicia una amplia gama de géneros a las que se añade un caleidoscopio de «orientaciones sexuales». Una persona biológicamente varón -se afirma- puede ser mujer, si así se percibe, pero al mismo tiempo puede tener orientación lésbica, y sentirse atraída por mujeres, que a su vez pueden ser también trans .

Las personas transexuales resultan así manipuladas, dramáticamente, también por aquellos que, sin entender el trasfondo de esta concepción ideológica, piensan que si se les permitiera «cambiar» su sexo legal, como se propone en el proyecto de ley de identidad de género, se lograría una mejor integración social. El sexo, en realidad, nunca cambia, ni siquiera mediando operaciones quirúrgicas y tratamientos hormonales. El transexual masculino operado permanece varón por mucho que se haya sometido a una ablación de pene y a una construcción artificial de una vagina. Se nos dice que una cosa es el género y otra el sexo biológico. Pues bien, si es así, ¿por qué una autopercepción de género debería conducir a una variación del sexo biológico? ¿Por qué tendría que modificarse la constancia del sexo del individuo en el Registro Civil y aplicar el sistema binario masculino-femenino siendo este una mera construcción cultural, propia de una sociedad heteronomizada?

Por cierto, nada autoriza que una persona transexual sea agredida, minusvalorada o discriminada por esa condición. El Movilh tiene razón al protestar porque el sábado pasado una trabajadora de un supermercado se habría negado a vender maquillaje a una transexual, espetándole «no atiendo a personas como tú».

Pero el respeto que se debe a la dignidad de toda persona, cualquiera sea la autopercepción de su identidad o su orientación sexual, no exige la aceptación acrítica de una cosmovisión ideológica que, contra toda evidencia, pretende subvertir la diferencia y complementariedad entre varones y mujeres.

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A sangre y fuego

Miércoles 01 de febrero de 2017

    Se habla mucho de compasión con relación al aborto legal ya inminente. Pero toda esa compasión se dirige a la mujer embarazada en alguna de las tres causales.   Se buscan responsables, se buscan culpables. El fuego -tan grosero en sus llamas devoradoras como sutil en el humo que cubre regiones enteras- no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de casi mil kilómetros. Y con el paso de los días, mientras se vayan aplacando los siniestros, probablemente la búsqueda de los responsables dé con la identidad y con el paradero de algunos de los culpables. Visibles las llamas, el humo, la devastación de casas, aserraderos, bosques y plantaciones, conocidos los nombres y los rostros de los fallecidos, los culpables recibirán -esperamos- no solo la sanción judicial acorde a sus responsabilidades, sino que también el repudio absoluto a las organizaciones que los han cobijado y a los propósitos que los han motivado: porque vimos los efectos de sus acciones, porque nuestros ojos apreciaron directamente sus crímenes. Por eso mismo, las pesquisas no se detendrán -esperamos- hasta dar con los autores intelectuales, y con sus redes. Todo clarito, ojalá: con nombres, con apellidos y con afiliaciones. Todo clarito, ojalá. Pero en paralelo, el duro contraste. Joseph Ratzinger afirmaba, años atrás, que el aborto no parecía inaceptable para algunas personas, justamente porque hablaban en abstracto, porque previamente nunca habían visto -ni iban a ver tampoco en adelante- el rostro de niño alguno asesinado en el vientre materno. Ah, si lo vieran. Si lo miraran con la compasión con que se contempla la foto del mártir bomberil, del carabinero heroico, del poblador sin casa, del pequeño empresario desolado… Compasión. Se habla mucho de compasión con relación al aborto legal ya inminente. Pero toda esa compasión se dirige a la mujer embarazada en alguna de las tres causales, quien es, sin duda alguna, sujeto legítimo de una adecuada parte de esa compasión. Pero el problema es que no está quedando nada para el embrión amenazado. Justamente el día en que ardían miles de hectáreas, justamente ese día, se aprobaba la idea de legislar a favor del crimen del aborto; justamente ese día, también, terminaba la lectura de «El desquite de la conciencia», del profesor de la Universidad de Texas en Austin J. Budziszewski. Y ahí estaba, desnuda, la falsa compasión, en el capítulo llamado «Por qué matamos a los débiles». Budziszewski es rotundo: «Mientras la compasión verdadera nos lleva lo más cerca posible del que sufre, en la compasión degradada nos alejamos; mientras en la compasión verdadera tratamos de cambiar la visión de lo que nos hace sufrir, en la compasión degradada simplemente tratamos de hacerla desaparecer». ¿Qué es lo que no se quiere ver? ¿A qué realidad no se requiere prestar atención porque obligaría a una compasión verdadera e impediría su sustitución por otra, falsa y cómoda? Hay que decirlo sin matices: no se quiere mirar a ese ser vivo, a esa cara de niño, a ese cuerpo mutilado, a esa sangre que correrá a chorros en supuestas «prestaciones de salud». Por supuesto, la falsa compasión -la compasión incompleta o desviada, si se prefieren términos menos duros- impedirá por completo la búsqueda de culpables. ¿Por qué habría que buscarlos si se ha practicado un acto compasivo? Ni los equipos médicos, ni los adultos implicados que hayan consentido, ni los parlamentarios que por allá por el 2017 iniciaron el fuego, ninguno tendrá por qué comparecer ante los tribunales, ninguno sería culpable; al revés, todos habrían actuado en el nombre de una supuesta compasión; casi pedirán estatutos de héroes. De eso se trata este primer paso en el aborto en Chile: no busque culpables, no los habrá. Y a pesar de la evidencia devastadora, en el mejor de los casos dirán que el fuego se inició solo.   Por Gonzalo Rojas

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HUMO ABORTISTA

El Mercurio, 29 de enero 2017. A3

 

¿Qué debemos entender de la abstención de dos senadores del Partido Demócrata Cristiano en la votación del mentado proyecto de «despenalización» del aborto? Podrán darse varias explicaciones, pero, ¿qué significa el gesto? En una materia… Perdón, en «la» materia más delicada de la vida en común -la protección de esa misma vida-, es difícil entender la abstención. ¿Se abstienen de qué? ¿De despenalizar? ¿De no considerar «al que está por nacer» como persona? ¿Y cuándo se es persona, entonces? ¿Cuándo se nace? ¿Y antes qué se es, un engrudo de proteínas? Los romanos daban la personalidad civil al nacido, pero aún aceptaban tal condición al que era arrancado del vientre de su madre por la espada. No hemos avanzado mucho, parece; o más bien hemos retrocedido.

Tal vez solo se abstuvieron de votar, simplemente. Pero, y como sugería, ¿puede uno en conciencia abstenerse de votar en estas materias? Hay mucho humo en el ambiente, es cierto, y no estamos viendo bien. La ciudadanía desearía una sesión parlamentaria donde la única discusión fuera esta (con argumentos racionales y no temblorcillos de estómago): ¿qué o quién es el que está por nacer? Nuestra Constitución es clara al respecto: después de asegurar el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de toda persona humana, reza: «La ley protege la vida del que está por nacer». O sea, ese «del» en nuestra Carta Fundamental es persona, es chileno.

por B.B Cooper. 

 

 

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Ley de aborto

por Cardenal Jorge A. Medina Estévez. Arzobispo, Obispo emérito de Valparaíso

Señor Director:

Hace algunos días fue aprobada, en el Senado de la República, la idea de legislar sobre la interrupción voluntaria del embarazo (léase aborto).

De nada han valido, para quienes contribuyeron con su voto, los poderosos argumentos científicos que demuestran que el feto es un ser humano al que corresponde reconocer derechos inalienables; entre ellos, el primero, que es el derecho a la vida. Ha sido un deplorable triunfo de la ambigüedad, del relativismo moral y de lo «políticamente correcto», porque acarrea, aunque sea a cualquier precio, un puñado de votos. No habrá que quejarse si esos mismos nefastos criterios se aplican en el futuro a otras circunstancias de la convivencia social.

Es muy doloroso comprobar que esta aprobación ha contado con el voto de legisladores que afirman ser cristianos, y aun católicos. Los Papas han señalado que el derecho a la vida es intangible e intransable, y el Papa Francisco lo ha calificado de asesinato. Han manifestado claramente su rechazo los obispos de la Iglesia Católica, y también los pastores de otras diversas comunidades cristianas. Sus voces, testigos de la Palabra de Dios, han sido desoídas, por no decir menospreciadas, a pesar de las apariencias respetuosas, y hasta gentiles.

Hace ya tantos años, San Alberto Hurtado planteó una pregunta acuciante: ¿es Chile un país católico? Esa pregunta sigue siendo dolorosamente actual, y resulta desafiante que la mayoría de los legisladores elegidos por un país que se confiesa mayoritariamente cristiano hagan caso omiso de los valores cristianos en una materia que está por encima de las legítimas divergencias en materias opinables. El aborto no es, para un cristiano, un tema opinable.

¿Con qué cara podría acercarse a recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía un católico que ha prestado su colaboración y complicidad para que se pueda arrebatar cruelmente la vida a creaturas inocentes, con el fútil pretexto de que una «ley» humana e injusta lo autoriza?

Corría el año 1968, y el suscrito, en esa época decano de la Facultad de Teología, había invitado a dar algunas conferencias en Santiago al eminente teólogo jesuita P. Henri de Lubac, más tarde ungido cardenal. El entonces Presidente de la República, don Eduardo Frei Montalva, invitó al P. de Lubac a un almuerzo en La Moneda. Al regreso a la Facultad, donde se hospedaba, el P. de Lubac me dijo que el Presidente Frei le había manifestado textualmente: «Mi partido sigue siendo demócrata, pero ya no es cristiano». ¿Qué diría ahora el Presidente Frei al ver que quien actualmente preside su partido ha dado su voto, y ya en dos ocasiones, a favor del aborto?

No es posible pensar que personas que no son creyentes tengan temor a Dios o al demonio. Pero sí deberían quienes se confiesan cristianos. En todo caso, quien es cristiano o católico, y piensa que debe ser coherente con sus principios, no debería apoyar con su voto, en futuras elecciones, a quienes han favorecido con su voto o con su silencio ominoso la aprobación de un proyecto que legitima el asesinato de inocentes. No estoy haciendo una indebida incursión en la política contingente, sino que estoy cumpliendo el sagrado deber de dar testimonio de la verdad, como juré solemnemente hacerlo cuando fui ordenado sacerdote y, más tarde, consagrado obispo por el Papa San Juan Pablo II, y cuando el mismo Pontífice me confirió la alta responsabilidad de ser cardenal de la Iglesia romana.

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