En la discusión «madura, informada y propositiva» sobre la legalización del aborto, es necesario ser veraces y no tener miedo a ser acusados de campaña del terror. La verdad no la provoca. Ser de los pocos países del mundo donde no está aprobado el aborto es un punto a favor. Nos permite conocer los efectos que el aborto ha provocado en otras naciones.
Uno de los efectos es el de las consecuencias del aborto en la mujer. Por los estudios de los especialistas, sabemos que el aborto – legal o no – puede generar en la madre trastornos físicos y tenemos casi completa certeza que provoca un alto porcentaje de secuelas sicológicas. Los estudios señalan que algunos de los síntomas más frecuentes son ansiedad, conducta agresiva, pesadillas, pensamientos o actos suicidas, bulimia, anorexia, abuso de alcohol y drogas y ruptura de relaciones de pareja. Conocemos, también en nuestra actividad pastoral, que puede tardar muchos años en manifestarse, pero que una vez aflorado, no logra se superado con facilidad. El aborto voluntario hiere constantemente la conciencia de esas personas y el paso de los años acelera el dolor. Y no siempre se trata de personas con valores religiosos. Por eso se han desarrollado programas para su tratamiento. Señala un estudioso sobre el tema que «después del trauma que supone el aborto se deteriora la afectividad, la capacidad de querer, la voluntad, y todo lo demás viene en cascada: la ruptura con parejas sucesivas, la depresión y otras consecuencias negativas». El informe más relevante que se ha hecho en esta materia es el de la doctora Colleman publicado en el British Journal of Medicine, sobre un universo de casi un millón de mujeres que abortaron en un período de más de diez años; comprobó que sobre el 87% de ellas tenía algún tipo de trastorno psicológico. Incluso instituciones pro aborto como la Federación Internacional de Planificación Familiar, en su Plan Trienal del período 1990-1993, señalaba que «una serie de estudios y encuestas de los opositores al aborto han mostrado que la incidencia del trauma post-aborto puede llegar a afectar al 91 por ciento de los casos».
Como sociedad chilena, estos efectos deberían ser objeto de un estudio serio por parte de nuestros legisladores y del gobierno que pretenden llevar adelante la despenalización del aborto. Sería necesario escuchar a los que conocen científicamente el tema, tomar los estudios del extranjero y oír a mujeres que lo han sufrido. Quizá muchas personas cambien de opinión al conocerlos. Un insumo posible es la pagina www.nomassilencio.com o www.proyectoesperanza.cl que tienen datos científicos y testimonios reales y ofrece ayuda a personas que han abortado.
Agreguemos a estos efectos otra realidad. La de los hijos nacidos en una familia donde la madre se ha practicado un aborto. Se trata de un aspecto difícil de descubrir y que aún no está completamente estudiado. Pero el hecho esencial se puede mover en dos líneas. La duda del hijo acerca de los posibles miembros de la familia – sus hermanos – que no llegaron a ella como consecuencia del aborto y la posible desconfianza en la relación materna acerca de si sobre él alguna vez estuvo presente la posibilidad de no llegar a vivir. Otro tema para un estudio serio. Uno de los padecimientos más increíbles descubiertos en los países donde el aborto se ha legalizado es de los sobrevivientes del aborto, que manifiestan trastornos muy complejos.
Por último, está el caso del padre que promovió el aborto de un hijo por él concebido y de otras personas, parientes cercanos, incluso personal médico. Al parecer no está tampoco tan estudiado como el caso de la mujer. Pero es legítimo preguntarse por estas posibles situaciones. En el ámbito espiritual también encontramos, de tanto en tanto, casos así y que enfrentan la incapacidad de salir del trastorno que les ha provocado este hecho. Algunas veces esto ocurre muchos años después, incluso siendo abuelos, al ver la llegada de un nieto o en años muy avanzados. También en este ámbito quienes quieren darnos leyes que permitan el aborto deben estudiar e informarse y luego informarnos, antes de legislar.
En el fondo, ponerse sobre las espaldas una ley que permita el aborto es una carga moral pesadísima para nuestros legisladores, para la Presidenta y para la Patria misma. Hacerlo no puede ser consecuencia de confrontaciones ideológicas o sólo religiosas, ni menos de mayorías que hoy son y mañana pueden ya no ser. Así como en otros ámbitos, las normas legales posteriores pueden cambiar las anteriores y esto es habitual e incluso conforme al bien social. En el caso de la despenalización del aborto, la incidencia socio-cultural y antropológica que provoca no tiene fácil marcha atrás en el corto o mediano plazo, pese a que podamos comprobar en los hechos los efectos negativos que una determinada normativa ha provocado. La experiencia extranjera en esta materia es muy importante.
El establecimiento del aborto, sabemos, provoca en la sociedad confrontaciones sociales muy fuertes, divisiones profundas que marcan décadas y tensionan las sociedades y las mismas familias. En realidad, es necesario una meditación profunda, abierta y permanente, para asegurarse no dar pasos en falso y dejar una estela de dolor lanzada al futuro de la Patria.
+Francisco Javier Stegmeier Schmidlin
Obispo de Villarrica