Archivos del Autor: Eric Gonzalez

Coloquio Diálogos y producción de conocimiento sobre el aborto

INVITACION COLOQUIO UNIVERSITARIO (1)El viernes 16 de enero de 9:00 a 13:00 horas, se realizará el Coloquio “Diálogos y producción de conocimiento sobre el aborto. Dar a luz las hablas”, en el Archivo Central Andrés Bello, costado de la Casa Central de la Universidad de Chile.

Confirmar asistencia, sólo académicas de la Universidad de Chile, al contacto: claudia.moreno@pasa.cl; ipalma@uchile.cl

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Aborto y pena de muerte

Planteada la discusión sobre aborto es imposible no referirse al tema de la pena de muerte; ambas figuras suponen hacer excepción al derecho a la vida. Tanto la protección al no nacido, como las restricciones a la aprobación de la pena de muerte, se encuentran en el mismo numeral del artículo 19 de la Constitución, a propósito de la garantía al derecho a la vida a todas las personas. Tratándose de la pena de muerte, las referencias constitucionales son más bien teóricas, ya que hace más de 10 años nuestro país adoptó la decisión de eliminarla de su ordenamiento, lo que compartimos y celebramos.

La reposición de la pena de muerte es muy discutible por el principio de no regresión al que adhirió Chile en el Pacto de San José. En virtud de aquel, una vez adoptada una medida en pro de un derecho, no es posible volver atrás, principio que, por de pronto, sería aplicable a las iniciativas de aborto si se considera que Chile lo eliminó en 1989.

Si se quisiera reponer la pena de muerte, con prescindencia de lo ya anotado, tal iniciativa tendría que aprobarse como ley de quórum calificado, es decir, por la mayoría de diputados y senadores en ejercicio; además, no podría aprobarse como pena única, sino como pena máxima, es decir, como una posibilidad que deberá ser evaluada por los jueces dentro de un rango de posibilidades de aplicar una pena, y sólo para delitos de extrema gravedad, realizados con particular ensañamiento. En el orden judicial, para la aplicación de la pena deberá existir siempre unanimidad de los jueces que intervengan; bastará que uno de ellos, en cualquiera de las instancia en que actúe, estime que la pena de muerte no es aplicable para que de inmediato deba recurrirse a la pena inmediatamente inferior. Finalmente, si aún así la pena de muerte es sentenciada, el afectado podrá recurrir de clemencia ante el Presidente de la República, quien por razones de justicia humanitaria, podrá remitir la aplicación de la radical pena por la inmediatamente inferior.

Luego de ver todos estos controles con los que se previene la improbable reposición de la pena de muerte, es imposible no observar la absoluta falta de simetría con la iniciativa que autoriza el aborto. ¿Cómo es posible esta falta total de equivalencia entre dos medidas irreversibles, cuya única diferencia es que la que posee restricciones y garantías se le aplica a un culpable y la desprovista de todo mínimo control se le aplicará al más inocente de los integrantes de nuestra sociedad? La única respuesta posible en el ordenamiento jurídico, que es un todo armónico, dinámico y justo -de otra manera no sería el propio de una democracia constitucional limitada por el respeto a los derechos humanos- es que tratándose de una ley de aborto ésta no es ni ha podido ser nunca una iniciativa simple. En efecto es, sin duda, una ley interpretativa de la Constitución y no puede ser aprobada, sino con los quórums y bajo el control previo que una iniciativa de ese tipo exige.

Confirma nuestra conclusión la circunstancia que la Constitución, a propósito del no nacido, dispone de un modo expreso un mandato sin excepción al legislador: “la ley protege la vida del que está por nacer”. Así, no le es lícito  propiciar una iniciativa, y menos aprobarla, que contradiga el mandato dado. Por ello, las iniciativas que ingresen o hayan ingresado que busquen la aprobación del aborto, necesariamente deben ser sometidas a los trámites propios de la ley interpretativa de la Constitución y jamás a los de una ley simple.

Jorge Reyes

 

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Francisco y el aborto: «Pensad»

Marcando un contrasentido con el camino que vamos siguiendo nosotros, el Papa Francisco se ha referido hace unos días al aborto. Nuestras autoridades políticas quieren que exista en ciertos casos. La Presidenta, médico de profesión, como los oyentes del Papa, ha señalado que pronto habrá un proyecto para el caso de riesgo para la vida de la madre, inviabilidad fetal y violación. Los parlamentarios, mientras, discuten sus propios proyectos.

Francisco piensa que en nuestra sociedad no debería haber lugar a ello y compromete el trabajo de la Iglesia en la defensa de la vida. «La atención a la vida humana, especialmente la que cuenta con mayores dificultades, es decir, la del enfermo, el anciano, el niño, implica profundamente la misión de la Iglesia. Ella se siente llamada también a participar en el debate que tiene por objeto la vida humana, presentando la propia propuesta fundada en el Evangelio», y nos confirma que «en realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y siempre «de calidad». No existe una vida humana más sagrada que otra: toda vida humana es sagrada. Como tampoco existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra, solo en virtud de mayores medios, derechos y oportunidades económicas y sociales».

Con su capacidad de penetrar el pensamiento moderno, nos sigue diciendo que este «propone a veces una ‘falsa compasión’: la que considera una ayuda para la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad facilitar la eutanasia, una conquista científica ‘producir’ un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; o usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras. La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que ‘ve’, ‘tiene compasión’, se acerca y ofrece ayuda concreta».

Sus palabras nos recuerdan las exigencias de la coherencia cristiana. «La fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios, a veces requiere opciones valientes y a contracorriente que, en circunstancias especiales, pueden llegar a la objeción de conciencia. Y a muchas consecuencias sociales que tal fidelidad comporta. Estamos viviendo en una época de experimentación con la vida. Pero un experimentar mal. Tener hijos en lugar de acogerlos como don, como he dicho. Jugar con la vida. Estad atentos, porque esto es un pecado contra el Creador: contra Dios Creador, que creó de este modo las cosas. Cuando muchas veces en mi vida de sacerdote escuché objeciones:

– Pero, dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por ejemplo? ¿Es un problema religioso?

– No, no. No es un problema religioso.

– ¿Es un problema filosófico?

– No, no es un problema filosófico. Es un problema científico, porque allí hay una vida humana y no es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema».

El Papa continuó con el diálogo simulado:

– «Pero no, el pensamiento moderno…

– Pero, oye, en el pensamiento antiguo y en el pensamiento moderno la palabra matar significa lo mismo.

Lo mismo vale para la eutanasia: todos sabemos que con muchos ancianos, en esta cultura del descarte, se realiza esta eutanasia oculta. Pero también está la otra. Y esto es decir a Dios: ‘No, el final de la vida lo decido yo, como yo quiero’. Pecado contra Dios Creador. Pensad bien en esto».

«Pensad bien en esto». Recojo estas cuatro palabras, porque me parece que no lo estamos pensando, y las dirijo a los legisladores, que fueron elegidos para pensar el bien común de la nación. La ideología impone sus convicciones, y a su paso se cede, «no se piensa». El silencio se impone como regla y los que aparecían cristianos coherentes callan. Se les silencia con la separación entre la Iglesia y el Estado, que nada tiene que ver aquí, y se intenta sacar a Dios de las realidades sociales y públicas.

Chile es un país de rincones, como dijo el poeta, pero también tierra de silencios. Ojalá no ocurra esto entre nuestros políticos católicos y cristianos. Sabemos una cosa: al llegar el aborto, vendrán heridas profundas, estables y permanentes en personas concretas y en la nación entera. Pero también sabremos quiénes fueron los responsables de las heridas provocadas. No es la nación ni sus ciudadanos la que pide a gritos que se permita terminar la vida de un inocente en el seno materno. Son algunas autoridades políticas y parlamentarias las que con sus iniciativas legales, y luego con su apoyo parlamentario, quieren abrir una herida que otras naciones infructuosamente quieren cerrar.

«Pensad bien en esto», les dice el Papa Francisco, alabado cuando conviene y silenciado cuando dice cosas incómodas, como en este caso.

+Juan Ignacio González
Obispo de San Bernardo

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