A fines del mes pasado el gobierno firmó un proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres situaciones: riesgo de vida de la madre, inviabilidad del feto o violación. A esto sigue un debate donde la Iglesia Católica podrá dar a conocer su opinión al respecto. No se trata de una imposición, sino de una invitación a respetar la vida desde su inicio, tras la unión del óvulo con el espermatozoide, hasta el final de sus días procurando una existencia digna con acceso al trabajo, a la educación, a la salud y a la vivienda, entre otros derechos básicos.
“Este proyecto de ley no solo despenaliza el aborto, sino que además quiere hacer ver a la sociedad que una vida humana dentro del vientre materno vale menos que fuera de él”. Esta es la opinión de monseñor Fernando Chomali, Arzobispo de Concepción y miembro de la Pontificia Academia para la Vida. A su juicio no se puede reconocer la dignidad a los seres humanos de acuerdo con su estadio de desarrollo. Esto es peligroso, pues “deja al más débil en la más absoluta indefensión”.
El ginecobstetra Mauricio Besio, profesor en la Universidad Católica y miembro de su Centro de Bioética está de acuerdo con esta afirmación. “Las implicancias de la aprobación de esta ley, aunque sea en figuras acotadas, tendrán una repercusión muy importante para todos”. Explica: “Por primera vez se permitiría atentar contra la vida de seres humanos en estado de extrema vulnerabilidad. Si se traspasa el límite de ese respeto básico quedaría legalmente muy débil la defensa de la vida de los no nacidos en situaciones no tan dramáticas”. Es decir, “se facilitaría la posterior legalización del aborto en cualquier circunstancia”. Añade: “Significaría un cambio trascendente en la profesión médica, ya que por primera vez se permitiría legalmente que médicos pudieran atentar contra la vida de los pacientes que tienen a su cargo y bajo su responsabilidad”.
Si la vida de la madre está en riesgo
Algunos de quienes están a favor de la despenalización del aborto argumentan que la interrupción de un embarazo antes de las 22 semanas sería ilegal, lo cual inhibiría la actuación de los médicos en casos de embarazo con riesgo vital. El doctor Besio refuta esta postura exponiendo su experiencia como médico en hospitales públicos y privados: “Nunca he tenido ningún impedimento para efectuar interrupciones de embarazos con mujeres en riesgo vital y son acciones que se realizan en todas las maternidades del país. Más aún, si no se realizaran serían juzgadas como negligencias médicas. Un médico no puede dejar morir a sus pacientes sin intentar tratarlos”. De hecho estas acciones no están tipificadas como abortos. Explicita: “En aquellas situaciones en que el médico tratante, después de hacer todos sus esfuerzos, llega a la convicción razonable de que si continúa la gestación se morirá la madre, su obligación ética es interrumpir ese embarazo. Así lo consideramos universalmente los obstetras”.
Esto porque salvar a la madre es la única opción terapéutica también para el feto, ya que si se muere ella, inevitablemente él también perecerá”.
Hijos “incompatibles” con la vida
En el caso de tener un embarazo con un feto no viable, Elizabeth Bunster, fundadora del Proyecto Esperanza que acompaña a madres que han abortado a sus hijos (presente en 12 países de América Latina a través del Celam), es clara: “No existen mujeres que quieran abortar, sino circunstancias adversas para un embarazo”. Tras 16 años de experiencia se pregunta qué madre decidiría terminar con la vida de un hijo porque está gravemente enfermo, independiente de la edad del pequeño. “Es erróneo pensar que una madre sufrirá menos si su hijo muere antes. Por el contrario, los testimonios de mujeres que continúan con su embarazo muestran que ese hijo le dio otro sentido a la vida porque le entregaron todo hasta el último momento”.
Cree que es un contrasentido despenalizar el aborto, ya que existe un programa gubernamental de protección a la infancia desde su gestación, el “Chile crece contigo”. “Lo que es necesario y humanitario es que existan prestaciones y apoyo concreto para la mujer con un embarazo en condición de adversidad. Por ejemplo, acompañamiento médico, sicológico y espiritual cuando el niño viene con una enfermedad que lo hace inviable”, dice Bunster. “De lo contrario haríamos de nuestra sociedad un espacio utilitarista que impone una suerte de control de calidad a los seres humanos”, declara. El obispo Chomali complementa esta idea y detalla que en Europa los bebés con síndrome de Down son considerados niños con graves malformaciones y por lo tanto susceptibles de ser abortados, lo que hace ver “lo arbitrario que resultan los términos”.
Víctimas de una violación
Elizabeth Bunster recuerda que tras dar una charla sobre el Proyecto Esperanza a estudiantes de tercero medio de un liceo, se le acercó una niña y le agradeció la ponencia. “Soy fruto de una violación y agradezco a mi madre que me haya amado profundamente, además de haberme dado la vida”, confiesa que le dijo. El doctor Besio acota: “Parece muy poco razonable obligar a una mujer a hacerse cargo de ese hijo. Sin embargo, la complejidad está dada en que tampoco parece razonable dar muerte al hijo gestado que también es una víctima inocente. Esa vida es tan valiosa como la de todos nosotros y atentar contra ella es una injusticia y discriminación inaceptable. Me parece que el cuidado de ambos es responsabilidad de todos nosotros. Debemos extremar las medidas de apoyo para ambos y favorecer la adopción del recién nacido si la madre así lo decide”.
Una sociedad solidaria
“Una sociedad que ofrece una ley de aborto no es solidaria, porque en vez de entregar alternativas y soluciones dignas para la condición de la madre y de su hijo, atenta contra los ciudadanos de su propio país”, sostiene Elizabeth Bunster.
“Creemos que la mujer es una segunda víctima del aborto. Es un error pensar que es un beneficio para ella. No existen mujeres que sean más felices tras un aborto”, asegura. Monseñor Chomali está consciente de que “muchas mujeres recurren al aborto porque se sienten solas. Con acompañamiento espiritual, familiar, sicológico, social y económico, las mujeres optan por la vida”.
Madre de 3 hijos vivos y 5 fallecidos
Sonia Bastías (64, profesora) es casada, tiene 3 hijos vivos y 5 fallecidos. Su primer aborto fue a los 21 años. Quedó esperando mellizos de su pololo que era separado. Cuando se lo comunicó, él no se hizo cargo y decidió volver con su familia. “Tuve miedo. Fui hija natural y no quería que mis hijos pasaran por lo mismo que yo”, recuerda. “Le pedí ayuda a una compañera de liceo que había abortado hace unos años. Fue una experiencia tan traumática que la encapsulé y la guardé”.
Después de una etapa de mucha rabia y desenfreno conoció a su actual marido, de nacionalidad ecuatoriana. Se casó, se mudó a Guayaquil y quedó esperando guagua, pero involuntariamente la perdió. Esto sucedió en una segunda oportunidad hasta que nacieron sus dos primeros hijos tras embarazos complicados y cesáreas complejas.
Cuando quedó embarazada por tercera vez con presión alta, su médico la increpó y le preguntó si se quería morir. Con su marido quedaron choqueados. Una amiga les recomendó una clínica donde abortaban mediante una máquina succionadora. “Sentimos que no teníamos otra opción”, revela. “Cuando salimos del lugar no hablamos del tema, cada uno vivió el duelo por su lado”, confiesa.
“El peso que se carga en la conciencia es enorme y no tiene que ver con creer o no en Dios. Cuando uno toma una mala decisión se culpa. Imagínate si esa decisión atañe a otra persona que vive dentro tuyo. Cuando salí del hospital me preguntaba dónde fue a parar mi hijo y qué hubiese sucedido si lo hubiera tenido”, cuenta.
Tras esta experiencia se dedicó a trabajar para esconder su depresión. Sus hijos fueron criados por su madre y una nana. Llegó a tanto su desvinculación con la familia que decidió separarse. “Cuando estábamos en una audiencia de conciliación, un abogado nos sugirió irnos un fin de semana a la playa para conversar, así lo hicimos y quedé esperando guagua nuevamente”. El médico le detectó presión alta, pero esta vez ella estaba segura de continuar hasta el final. Detalla: “Hice una dieta estricta y guardé reposo. Casi a los 7 meses nació mi hija. Solo le pedí a Dios escuchar su llanto. Cuando lo oí no supe más de mí hasta despertar en la UTI”. Esa tercera hija también fue criada por su madre, mientras ella seguía en una profunda depresión.
En 2010, de vuelta en Chile, le pidieron unos exámenes de rutina para ingresar a un trabajo. Grande fue su sorpresa cuando una radiografía mostró un tumor de 5 centímetros cerca del pulmón. Días antes visitó la Basílica de Lourdes y le pidió a la Virgen que la “sanara del cuerpo y del alma”. Cuando se preparaba para entrar a cirugía sintió el olor al pabellón y recordó por primera vez el aborto de sus mellizos a los 21 años. “En vez de atemorizarme, me llené de esperanza porque supe que Dios me iba a sanar del cuerpo y del alma, como le había pedido”. Tras la operación el doctor le dijo que había tenido suerte, porque su tumor estaba encapsulado. Al escuchar esta palabra, rompió a llorar recordando el aborto de sus mellizos. Dice que ese día comenzó a sanarse.
Hacia el perdón
En 2011 asistió a unas charlas sobre el Proyecto Esperanza realizadas en la Vicaría para la Educación. Cuando describieron el síndrome post aborto se dio cuenta que eso era lo que había sufrido durante tantos años. Inmediatamente pidió ser acompañada por parte de los profesionales del proyecto. El proceso comenzó en 2011 y terminó recién en diciembre de 2014. Durante ese tiempo tuvo que reconocer las secuelas post aborto que había sufrido e identificar los conectores que la llevaron a recordar sus abortos. Después aprendió a canalizar la rabia hacia quienes permitieron el aborto por su hostilidad, por su sugerencia o su silencio.
Acercándose al final del camino llegó a perdonarse a sí misma y a aceptar el perdón de Dios. En la última etapa se restablece el vínculo con los demás reconstruyendo el lazo con el hijo. Como signo de ello, Sonia tejió unos gorritos para sus bebés no nacidos. La noche que los terminó soñó con niños jugando. “Mis hijos permanecen en mi corazón y tengo la certeza que están en los brazos de Cristo”, dice, “a través del Proyecto Esperanza sentí mi resurrección; me sacaron la venda de los ojos y de los pies para caminar. Por eso doy testimonio, es parte de mi reparación”.
Fuente: Periódico Encuentro