El hecho que una niña de trece años haya quedado embarazada como consecuencia de haber sido violada, ha sido motivo para que de nuevo aparezcan los promotores del aborto exigiendo que se autorice legalmente a ultimar a criaturas humanas mientras están en el seno materno.
La verdad es que el hecho en cuestión nos pone, una vez más, frente a un problema de seguridad de las personas que ya trasciende lo anecdótico y que, querámoslo o no, se ha convertido en la urgencia principal a que hacemos frente como sociedad organizada. En estas circunstancias, la petición de legalizar el crimen por la vía del aborto no hace sino echarle más leña al fuego: las personas no van a estar seguras ni en el vientre de su madre, pues hasta ahí podría llegar el cuchillo asesino. Con la agravante de que este crimen estaría legalizado, financiado por el Estado y que, a los agentes que están para restablecer la salud y mejorar a las personas, se les impondría la obligación de perpetrar un crimen.
En ese evento, si se puede matar a una persona al interior de su madre ¿por qué no poder hacerlo al exterior? Si se la puede matar porque presenta síntomas de enfermedad, ¿quién podría, entonces, salvarse de ser ajusticiado por inviable? La violación es un crimen intolerable; pero, por cierto, no se lo remedia matando a una persona inocente y haciendo de la madre, ya víctima de un crimen, un cómplice de este otro crimen.
Es el aspecto más siniestro de la iniciativa pro aborto. En vez de preocuparse por la seguridad de las personas, en especial si son menores de edad; en vez de fortalecer la familia; en vez de organizar bien la acogida de estos niños que se ven en la vida sin haber sido queridos; en vez de apoyar sin condiciones a quien ha sufrido una violación, en vez de tender la mano a una madre que necesita apoyo cuando se siente desolada, abandonada y sin recursos, ofrezcámosle (y presionémosla) al aborto y que, después… no moleste más.
Pero ya está claro. Es imposible argumentar cuando, más que cambiar costumbres de egoísmo, resulta más fácil cambiar las leyes para que las consecuencias de ese egoísmo queden impunes.
Gonzalo Ibáñez S.M.
Fuente: Emol