Aun cuando el país sabía, desde hace más de un año, que la Presidente de la República propondría la legalización del aborto, los dos párrafos señalados en su discurso al país, el 21 de mayo pasado, suenan a extraordinariamente estudiados, ligeros y falsos aun cuando su misma autora reclamara una “discusión madura, informada y propositiva.”
No falta quienes creían que ello no ocurriría; parecían tener la secreta y extraña esperanza que la misma hoy Presidente no traicionaría su eslogan de campaña “Chile de todos” y que no sentirían la frustración de haber sido presa de publicidad engañosa.
Lo cierto es que hoy la mandataria está dispuesta a dar el paso que ya han dado varias naciones en occidente, que bajo causales, de ninguna verosimilitud, eliminan la vida de inocentes, ya sea por ser enfermos o porque su origen resulta “indigno” o porque existiría una supuesta patología materna cuyo único “remedio” es el cruel asesinato del hijo que llevan en su vientre.
Estimamos estudiado y ligeros los conceptos presidenciales, pues sorprende que en el primer párrafo señale:
“Periódicamente conocemos por las noticias casos de mujeres que se practican abortos clandestinos que ponen en riesgo sus vidas y sin duda las marcan con una experiencia de dolor y angustia. Cada aborto en el país es una señal de que como sociedad hemos llegado tarde porque la prevención no tuvo los resultados deseados.”
¿Periódicamente? El aborto no es la crónica que abre los noticieros, ni llena los títulos de diario alguno; es sin duda una realidad cruel y terrible que se da cada vez más bajo lo lógica del aborto químico y no quirúrgico y en números infinitamente inferiores a los que los agentes pro aborto proclaman. En lo que acierta la Presidente, es que el aborto pone en riesgo la vida de las mujeres que se lo practican y, sin duda, las marca en una experiencia de dolor y angustia. El error en el diagnóstico es que el riesgo de vida y la experiencia de dolor y angustia no son por su clandestinidad, sino por el aborto mismo.
¿Cuándo las agencias gubernamentales se han hecho cargo de la realidad del aborto, para afirmar que han llegado tarde…? Nunca. Ha sido sólo la Iglesia, junto a la sociedad civil, la que con gran esfuerzo acoge y sobrelleva esta triste realidad con numerosos centros de acogida para mujeres en riesgo específico de aborto como, así mismo, para mujeres que ya han abortado.
Lo anterior lo conocemos quienes por más de una década y media nos hemos dedicado a acoger la realidad del aborto, ya sea en la contención de miles de mujeres que, abandonadas por sus redes de protección, creen ver en el aborto la solución. Logramos persuadirlas a que reciban la vida que gestan y, a partir de entonces, reconquisten la esperanza perdida, o aun cuando ya han adoptado la decisión irreversible, destruidas en sus almas, llegan buscando el niño perdido y comienzan un camino duro de dolor y largo de reconciliación, con ellas mismas y con su entorno. Qué fácil es, entonces, armar frases grandilocuentes separadas de la realidad con el único objetivo de imponer ideologías trasnochadas que en nada asumen la realidad del aborto, menos en su prevención.
Abruma oír a la autoridad, tan ignorante de la realidad histórica del aborto. La verdad es que todo occidente, desde sus orígenes, ha respetado la vida del inocente en gestación; desde la antigua Roma (pre-cristiana) se destacan normas que castigaban el aborto. Por ello, la restricción al derecho a la vida (mediante la formulación de excepciones a él al reconocer lícito el aborto) constituye un grosero retroceso en el progreso valórico, aunque mañosamente lo disfracen de progreso. El progreso verdadero tiene que ver con abrir ámbitos de real y verdadera libertad, efectivamente destinada al BIEN del hombre: Desde esa perspectiva, la posibilidad que menos individuos ya gestados logren alcanzar su desarrollo, conforme lo manda la naturaleza es, sin duda alguna, un retroceso en el desarrollo y jamás un progreso en él.
Agota escuchar también actores políticos que afirman que de lo que se trata es de reponer una norma que existía hasta fines de la “dictadura”, en que fue derogada. Sin que ello signifique un empate político, lo cierto es que la disposición que existió en Chile y que autorizaba el aborto tuvo su origen durante la dictadura de Ibáñez, creada en uno de los congresos termales de aquel gobernante, seguramente luego de vaporizada y afiebrada sesión de nada democráticos legisladores, y en la realidad, tal norma tuvo, gracias a Dios, poca aplicación. Nuestro cuerpo médico ha sido extraordinariamente escrupuloso con quienes, traicionando su juramento hipocrático, se concertaban para el vergonzoso negocio del aborto. Por ello, no se desarrollaba en Hospital alguno sino en la consulta privada de dudosa reputación. El único tiempo en que hubo una industria del Aborto en Chile fue entre los años 1972 y 1973 en el Hospital Barros Luco, donde se adquirió una máquina que llamaban “la silenciosa”, ya que bajo un ruido casi imperceptible aspiraba, descuartizando previamente, a niños inocentes que eran arrojados directamente a la alcantarilla, a la cual la Nazi máquina se encontraba conectada. Informaciones de prensa aseguran que en ese año alrededor de 500 niños inocentes fueron abortados mensualmente. Oscura y triste página de la historia patria de la que nadie se hace cargo.
La Presidente, en su segundo párrafo en el discurso, afirma:
“Chile debe enfrentar en una discusión madura, informada y propositiva esta realidad, debatiendo en el parlamento un proyecto de ley que despenalice la interrupción voluntaria del embarazo en casos de riesgo de vida de la madre, violación e inviabilidad del feto.”
Reconocemos en estas frases una total contradicción de la autoridad con la verdad. Porque conocemos profundamente esta realidad, la verdad clama desde los hechos. Sabemos que Chile posee los índices sanitarios en mortalidad materna más sorprendentes del mundo por su escaza o escasísima incidencia, con el que el paradigma abortista se vino al suelo. Sabemos también que no existe médico, matrona o integrante del personal de salud de clínica u hospital alguno sometido a proceso o preso por hacer lo que han debido hacer como acto médico en Chile. Estamos ciertos que nadie es compatible con la vida y que la muerte, parte de la vida, es siempre un plazo que para unos dura 60, 70, 80 y 90 años o sólo meses, días u horas; lo cierto es que cualquiera sea el tiempo de la existencia de esa vida debe respetarse, por la dignidad intrínseca que supone el ser humano. En fin, eliminar la vida de un niño porque su concepción supuso un acto de violencia del que él es totalmente inocente es nazismo puro y, en sí mismo, la peor de las discriminaciones, incompatible con una sociedad que verdaderamente respeta los derechos humanos.
Finalmente, es insoslayable pensar que éste es sólo un comienzo en la visión de la Presidente, pues su conducta ha sido consistente desde tiempos en que, siendo Ministra de Salud, entonces autorizó la píldora del día después; luego, esa medida ya no era bastante y al poco tiempo, después de imponerla, ya era insuficiente. Quién nos asegura hoy que lo próximo no será aborto abierto y total sin límite y a gusto del consumidor.
Jorge Reyes Zapata
Abogado