«Para muchos de nosotros, la actual crisis de inmigración en Europa se reducía a unos titulares en la prensa (…) hasta que una foto de un pequeño niño sirio muerto, botado por el mar en las arenas de Turquía, vino a despertarnos…»
Para muchos de nosotros, la actual crisis de inmigración en Europa se reducía a unos titulares en la prensa, a análisis politológicos, a comparaciones históricas. Nos daba pena lo que le pasaba a esa pobre gente, pero parecía muy lejano. Así era, hasta que una foto de un pequeño niño sirio muerto, botado por el mar en las arenas de Turquía, vino a despertarnos.
Nos imaginamos a Aylan, con sus tres años de edad, chapoteando en las aguas, con la desesperación de quien no sabe nadar, hasta que sus escasas fuerzas se terminaron y comenzó a hundirse. Por su pequeña cabeza pasarían, rápidas, mil imágenes: la de su madre, que también se estaba ahogando a unos metros de distancia; las escenas terribles de la guerra, que los llevaron a huir con lo puesto, y probablemente también recordó el momento en que la familia se subió a una embarcación comandada por unos hombres de caras poco amables, pero que debía llevarlos a la libertad.
Este fenómeno de fría distancia nos puede afectar a cada rato, cada vez que nos quedamos en las estadísticas, los papeles, los argumentos, y olvidamos que detrás de todos esos hechos hay gente muy concreta, tan real como el pequeño Aylan. Otro tanto sucede con el abandono infantil. Una cosa es saber que existen esos casos, allá lejos, y otra muy distinta conocer la historia de Adrián, en Arica, viviendo en condiciones inhumanas, amamantado por una perra.
Con la discusión acerca del aborto sucede algo semejante, en cuanto percibimos como ajeno y distante lo que no vemos. Oímos sesudas elucubraciones sobre el liberalismo y la autonomía; se barajan semanas más o semanas menos. Pero tanta palabra nos hace olvidar lo fundamental: el niño o la niña que serán partidos en trocitos y luego chupados por un aspirador, o que recibirán una inyección con una solución salina que pondrá fin a sus días, como el agua del mar terminó con la de Aylan. En un caso, sus cadáveres podrán ser empleados en clases de Medicina o aprovechados para obtener diversos subproductos. En otros, simplemente irán a parar al basurero.
No es de extrañar que muchos partidarios del aborto hayan cambiado de opinión con solo ver alguno de los documentales de Bernard Nathanson, el médico que una vez fuera llamado el «rey del aborto» y que abandonó esas prácticas cuando el ultrasonido le permitió ver las reacciones de un feto al que un amigo suyo estaba eliminando mediante un aborto. Necesitamos ver para creer lo que está sucediendo, sea en Siria, en Arica o en un quirófano.
El hecho de no ver, nos impide reparar hasta en las cuestiones más elementales. Así, entre los conceptos que más se utilizan en la discusión sobre el aborto está el de autonomía de la mujer, pero se olvida que la mayoría de las víctimas del aborto son precisamente mujeres. En 1990, Amartya Sen publicó un famoso ensayo en The New York Review of Books con el título «More than 100 million women are missing». Aludía al incremento del aborto selectivo en países como China y la India, donde se prefiere a los hijos varones sobre las mujeres. Han pasado 25 años, y la cifra de las mujeres que faltan en el mundo supera los 160 millones, fruto de una macabra selección antinatural.
Naturalmente, no solo los partidarios del aborto corren el peligro de olvidar a las personas concretas que serán víctimas de esta práctica. También están las mujeres violadas, las que sufren la angustia de un embarazo que piensan que no pueden llevar a término, abandonadas por todos en el momento en que más ayuda necesitan. Cuando uno ve «Solas», la película de Benito Zambrano, o «Preciosa», de Lee Daniels, no puede menos que quedar con el estómago apretado al ver tanto sufrimiento en esas jóvenes embarazadas víctimas del abandono, y pensar que ese dolor no solo tiene lugar en la pantalla, sino también en la vida real de millones de mujeres en todo el mundo.
Es verdad que la vida tiene un valor absoluto, no simplemente la vida en abstracto, sino la vida real, de todos, incluidos esos indefensos como Aylan, Adrián y esos niños y niñas cuyos casos en parte son distintos (entre otras razones, porque no los vemos y desconocemos sus nombres) si bien tienen la misma dignidad. Pero también las mujeres que pasan por esos momentos terribles requieren un apoyo absoluto, porque sin él cualquier propuesta provida sería tan selectiva y parcial como lamentablemente sucede con la postura favorable al aborto. Solo un acompañamiento absoluto les ayudará a vencer la desesperación y ver que quizá una esperanza viene en su vientre.